Paraguay nunca fue un pueblo de cretinos (I)

“Yo sé lo que me espera. Las cuestiones históricas, por lo mismo que profundamente afectan el sentimiento de los pueblos, sirven para hacer política, política de anulación, mil veces puesta en práctica, con felices resultados. Sereno aguardo la tempestad. Mi honradez, acrisolada en mi humilde pobreza, me pone a salvo de los ataques de que seré víctima. Felizmente no soy de esos que blasonando de acendrada virtud y llamándose voceros del pueblo, olvidan que pasaron gran parte de su vida en los puestos públicos, y hablando de concupiscencias, olvidan también que el aire de los lupanares envenenó alguna vez su alma y la acción del alcohol relajó su organismo y su conciencia.”
Juan E. O’Leary


Qué es un cretino. Un cretino es un idiota, una persona que padece cretinismo, que es una deficiencia mental; también se aplica el término cuando uno se quiere referir a personas necias o estúpidas, que no son precisamente estúpidas; y a esta segunda acepción es a la que me voy a referir.
Para entrar en esta categoría no hace falta ser poco instruido, pobre, pertenecer a una clase social baja o ser parte de la masa popular; no; para entrar en esta segunda acepción también se puede ser instruido, de la clase social alta y pertenecer a una élite intelectual que repudia lo popular; el cretino que me refiero puede estar en cualquier parte y pertenecer a cualquier estrato social.
Porque partiendo de la base de que si se es cretino, este deberá serlo tanto en la abundancia como en la pobreza, tanto en la ignorancia como en niveles de conocimiento superiores; porque en la vida se es cretino o no se es.
Ahora bien, por qué digo que el Paraguay nunca fue un pueblo de cretinos, es simple, porque no lo fue.
Observemos el pasado del paraguayo y su idiosincrasia. Por ejemplo, a simple vista tenemos una fuente de información espectacular en el retrato social que nos ha dejado Manuel Domínguez en su gran obra "El alma de la raza", y no recuerdo haber leído la palabra cretino en ninguna parte, todo lo contrario, por la forma que él describe al ser paraguayo cualquier sociedad estaría orgullosa de tener hombres así. Habría que ser necio para decir lo contrario.
Pero si no han leído el libro citado sólo basta recordar cómo eran históricamente los habitantes del Paraguay, y así es que les encontramos algunas cualidades: un pueblo alegre; un pueblo con ganas de vivir, de progresar; un pueblo laborioso; un pueblo que se levantaba antes del amanecer y que con alegría trabajaba su tierra y vendía sus frutos; un pueblo hospitalario con el extranjero; un pueblo amante de su libertad; un pueblo pacífico; un pueblo heroico; un pueblo instruido; un pueblo con una dignidad tal que prefirió perecer antes que rendirse ante países poderosos que buscaban someterlo; un pueblo que no dudó en entregar su vida para ir a recuperar un territorio que sus padres le habían contado que era suyo pero que pocos conocían y que ni siquiera tenía un metro cuadrado de propiedad, y sin embargo lo recuperó contra todos los pronósticos adversos; un pueblo con sentido de patria; un pueblo que conserva su idioma nativo, lengua que estaba mucho antes que lo oyeran por primera vez los conquistadores.
Claro que después de la guerra grande nada fue lo mismo, pero acá surge otra cualidad del pueblo paraguayo: no es rencoroso. Y ese pueblo, mucho más pobre, mucho más sometido, mucho más explotado, un pueblo casi sin derechos en su propia tierra volvió a resurgir, lentamente, generación tras generación. Y así por más de medio siglo vinieron las revueltas internas, las pujas políticas entre partidos que sólo ambicionaban el poder, hombres que no representaban al pueblo, a ese pueblo que silenciosamente observaba y padecía los eventos políticos.
Y volvió la guerra y el pueblo dijo presente, jóvenes, mujeres y hasta ancianos se ofrecieron voluntariamente para defender la patria, a ese pueblo no le importó las injusticias que padecía, no le importó tener un gobierno que no le representaba, porque ese pueblo tenía miras más altas que sus gobernantes, y quería estar en el frente de guerra y tampoco le importó que por eso le llamaran "vyro".
Y luego de terminada la guerra otra vez hubo una revolución, pero esta no fue como las anteriores, esta marcó un antes y un después, pasó en 1936; y aquella fue LA REVOLUCIÓN, porque revolucionó al país en todo sentido; por primera vez después de sesenta y seis años el paraguayo podía vivar a sus legítimos héroes, homenajearlos y llevar sus restos a un mausoleo acorde a su grandeza; podía tener derechos laborales; podía ser propietario de su tierra; podía navegar libremente por su río y recalar en el puerto que le diera la gana; podía retornar a la patria, podía creer en sus gobernantes, porque hombres honestos y capaces estaban al frente; podía tener esperanza de un futuro mejor; podía expresar sus ideas con total libertad. Y aunque esa alborada, esa rebeldía, ese amanecer de un nuevo día de la patria liberada... poco tiempo después se truncó, ya nada fue igual.
Y así la fuerza y la brutalidad volvieron a imponerse sobre ese pueblo, que no podía hacer otra cosa que observar cómo lo mejor del Paraguay marchaba al exilio, un trágico suceso que se repetiría una década después con más violencia, con más odio y sinrazón. En una década el Paraguay perdió generaciones de la flor y nata de su intelectualidad.
¿Y una nación cómo se recupera de semejante pérdida?
Lentamente, muy lentamente, tal vez demasiado lentamente; pero se recupera.
Y una situación así no se recupera de arriba para abajo, sino de abajo para arriba; porque la flor y nata sale, brota, de ese pueblo; no sale de la élite corrompida y sin clase.
Mientras tanto, durante esta lentísima transición, queda al frente de la sociedad lo opuesto, lo contrario, lo que dificulta y relega el resurgimiento de esa flor y nata; o sea que quedan los cretinos, que disfrazados de intelectuales son los encargados de bastardear en forma sistemática con su desaliento, generación tras generación, al pueblo que ellos controlan para que este no levante la cabeza y pueda, el día de mañana, desplazar a la manga de inútiles y bandidos que dicen ser sus representantes. Y al que quiera levantarla, ahí tiene la frontera.
Creo que por lo expuesto más arriba concordarán que el Paraguay nunca fue un pueblo de cretinos, es un pueblo gobernado por cretinos, que no es lo mismo.


Rafael Luis Franco

http://www.abc.com.py/edicion-impresa/economia/los-lectores-opinan-1331274.html

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