EL HUEVO DE LA SERPIENTE
(Publicado en revista “Ñe-engatu”, Nº 142, abril 2005, Buenos Aires,
pp. 10-11.
“De nada sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive. Lo
único bueno que puede hacer es intentar mejorarlos”.
Thomas Carlyle, historiador, pensador y ensayista inglés.
Antes de empezar la nota quiero hacer una aclaración sobre el título:
“El huevo de la serpiente” es el nombre de una película del director de cine
sueco Ingmar Bergman, ambientada en la Alemania de principios de la década de
1930 que muestra cómo se incubó el nazismo; casi al final de esta nota, creo,
está la explicación de porqué elegí este título.
En diciembre pasado viajé a Asunción, después de casi cuatro años. Debo
decir que la encontré un poco-bastante cambiada, lamentablemente para mal.
Me quedé hasta vísperas de Navidad sin sentir en la gente aquel viejo
espíritu navideño, ni siquiera se olía en sus calles el aroma de la flor de
coco, recuerdo este que parece solo nos traerá, en el futuro, la letra de
alguna canción.
Al llegar me hicieron, en reiteradas veces, recomendaciones de
precaución al caminar por las calles: “Tené cuidado con los peajeros”, me
decían; estos son asaltantes callejeros, que a punta de navaja buscan despojar
al que está desprevenido; no les importa si es un chico, un viejo o una mujer,
para ellos cuanto más indefenso está, mejor; tampoco si es pobre o rico, ¡algo
ha de tener!
En mi caminata observé las casas con sus murallas coronadas de alambres
de púas, en muchos casos con un cartel que advierte: “Peligro, alambre
electrificado”. Hombres de uniforme portando fusiles que custodian
supermercados; garitas en casi todas las esquinas; casas y negocios enrejados.
Las crónicas policiales, en la semana que estuve, daban cuenta de
hechos gravísimos. El peor fue el de un conductor ebrio que atropelló a nueve
miembros de una familia sin que a éste le sucediera nada, hasta el momento de
mi vuelta habían fallecido dos, quedando otros en grave estado. La palabra
“ebrio” en nuestro país, por lo reiterado de su uso en las crónicas, ya parece
un popular apellido griego: “ebrio atropelló…”, “ebrio mató…”, “ebrio…”.
En esos días Cecilia Cubas aún permanecía secuestrada, faltaban dos
meses para saber el triste desenlace y los entremeses del caso, los autos
exhibían la foto pidiendo su vuelta; y, a tan solo cuatro meses, el Ycuá Bolaños
ya era historia.
Mucha televisión local no vi, pero sí pude escuchar y ver en la TV al
presidente Nicanor Duarte Frutos pronunciar un discurso durante una gira por el
interior. Ahí me percaté de algo: a este señor, perdón debo decir doctor, le
gusta hablar al pueblo en un elevado tono de voz, casi a gritos; por tanto, me
pregunté, ¿cómo va a escuchar él el grito del pueblo? Y es así nomás, el que
tenga la oportunidad de escuchar algún discurso de barricada del Presidente
paraguayo podrá observar fácilmente cómo a este le gusta gritar al pueblo. Algo
raro en un doctor en filosofía.
Hasta aquí el nuevo Paraguay; pero también encontré al viejo Paraguay,
o los restos que quedan de él.
Encontré al viejo país en los amigos que aún están; en mis familiares;
en la hidalguía de antiguas casas derruidas por el tiempo; en el bullicioso
Mercado 4, donde pude beber un mosto bien helado; en el Lido saboreé un rico
soyo; paseé por la recova del puerto y visité, como lo hago cada vez que voy a
Asunción, el Panteón Nacional de los Héroes… Esto solo, para mí, valió el
viaje.
Personalmente nunca fui de criticar en forma dura la política que se
lleva adelante en nuestro país, máxime teniendo en cuenta que uno está viviendo
fuera del mismo; pero es realmente triste ver lo que han hecho de nuestra
Patria los hijos de… la “democracia”. Ahora me explico y con sobrada razón, por
qué hay cada vez más estronistas.
Una democracia es, literalmente, cuando el pueblo ejerce la soberanía a
través de autoridades que le escuchan y satisfacen sus necesidades. Lo que yo
vi en poco tiempo es una parodia de democracia, una burla de muy bajo nivel.
Las estadísticas que indican que el Paraguay está en el primer o
segundo puesto mundial de corrupción no están para nada desacertadas.
El peor enemigo de la democracia es la corrupción, y cuando esta se
enseñorea en los detentadores del poder, estos por sus mismos actos pierden
todo el derecho que el pueblo les confió con su voto: fueron elegidos
democráticamente, pero traicionaron la confianza depositada en ellos.
La situación de nuestro país es muy grave, se podría decir que está
enfermo, muy enfermo, y por ahora sin ningún signo de mejoría, todo lo
contrario; se están incubando aceleradamente las condiciones sociales, como en 1954,
para que acceda al poder un nuevo dictador.
Es de esperar que este engendro democrático no prospere y las fuerzas
vivas junto a la oposición, la verdadera oposición y no la que es complaciente
con este gobierno, hagan oír su voz; que le griten al Presidente así como a
éste le gusta gritar en sus discursos; y que si no tiene la capacidad y la
fuerza para cambiar la acuciante realidad social que vive el Paraguay que
renuncie y le dé lugar a otro.
Hoy, 1º de marzo, termino de escribir estas líneas; hoy hace
exactamente 135 años se inmolaba el mariscal López junto con los restos de
aquel glorioso Ejército paraguayo en Cerro Corá, seguramente en Asunción se
estarán colocando ofrendas y realizando actos conmemorativos; pero ¿por qué y
para qué murieron aquellos hombres, mujeres y niños? ¿Solo para que se los
recuerde una vez al año?
Quizás algún día tengan su verdadero homenaje los héroes del 70, no con
ofrendas de compromiso, sino con la realidad de un pueblo próspero, en el que
la Patria le ofrezca un futuro a sus hijos y no algún país extranjero; en el
que la Justicia funcione y los delincuentes teman a esta y no al revés como
parece ser ahora; un país en el que los ciudadanos viven enrejados y con miedo
ni es libre ni democrático; es, simplemente, rehén de las autoridades de turno.
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