Dr. Aníbal Franco Solalinde, un médico rural paraguayo en el chaco argentino


El doctor Aníbal Franco Solalinde nació en Paraguarí, Paraguay, el 5 de febrero de 1923, estudio en la Universidad Nacional de Asunción, donde se recibió de Doctor en Medicina y Cirugía en 1952. Luego se trasladó a Buenos Aires, pocos meses antes de fallecer su madre, doña Deidamia Solalinde de Franco, esposa del coronel Rafael Franco Ojeda, ex presidente del Paraguay. Pero tras la desgracia de la pérdida de su madre el destino le deparó que encontrara a la que sería su compañera de por vida; porque cuando él se entera del fallecimiento, lo envían a ver a una paraguaya que vendía pasajes en una agencia de viajes, Verónica Bella Rosa Spatuzza.
“El sabía que esa señorita trabajaba para el partido Febrerista –nos cuenta Carmen “Miña” Franco, hija de Aníbal–, es más, los tíos Solano, Rafael y Luter e incluso el mismo abuelo pasaban por su casa y se quedaban a comer. Mi otra abuela, Carmen Ortiz, hermana de Blasito Ortiz, cocinaba para todos los Franco. Al último que conocieron fue a papá. Terminaron casándose el 17 de septiembre (de 1955), en medio del bombardeo peronista y adelantando la hora de la ceremonia porque estaba amenazada de bombardeo la iglesia, en San Telmo. El padrino de la boda era el coronel don Rafael. En el trayecto, el chofer del auto, un taxista contratado, le dijo que iban a desviarse para no pasar entre el bombardeo, a lo que recibió de respuesta de parte del coronel Franco: ‘de ninguna manera, siga derecho hasta la iglesia’; a regañadientes los llevó, pero a la salida el hombre ya no estaba, porque según palabras textuales del abuelo: ‘el hombre tenía los calzoncillos sucios’”, relata con mucha gracia Carmen.
El doctor Franco trabajó al llegar a Buenos Aires en la Clínica Albanese (después Sanatorio Mitre), hasta el año 1957 en que consideró que se podía independizar; pero a su vez él no quería quedarse en la ciudad, quería realmente ejercer la medicina y atender a la gente necesitada; primero se trasladó a la provincia argentina de Misiones y luego decidió ir al Chaco y resolvió traer a su familia, hasta ese momento su esposa, pero ya con un hijo en el vientre. Noten que si el Dr. Franco quería quedarse en Buenos Aires podría haberlo hecho y llegar a ser un próspero y respetado médico de ciudad, pero prefirió lo contrario, quiso ser un médico rural.
Franco tenía pensado instalarse en un pueblo llamado Villa Angela, distante 260 kilómetros de Resistencia, pero el destino le deparaba otra jugada: la víspera de su llegada arriba a un pueblo que está 50 kilómetros antes, San Bernardo, donde van a pasar la noche. Cuando los lugareños se enteraron que era médico enseguida concurrieron junto a él para que los atienda, y así esa detención provisoria en la que comienza a tratar sus primeros pacientes culmina después de diez años, cuando decide trasladarse a Sáenz Peña, porque sus hijos debían continuar la escuela secundaria algo que en San Bernardo no había. En Asunción nació su primer hijo, Rafael Ramón (1958), después vinieron Carmen Deidamia (en San Bernardo, 1958), César Augusto (en Resistencia, 1963) y Verónica Griselda (en Resistencia, 1973).
Al doctor Franco le pasó en alguna medida lo que al Dr. Esteban Laureano Maradona, cuando llegó a aquel pueblito perdido de Formosa y se quedó a atender una enferma por una semana, y por la necesidad de la población decidió quedarse por cincuenta años.
Nos cuenta Carmen: “En San Bernardo formó parte de la comisión gestora del actual colegio secundario y trabajó como médico ad honorem del Hospital local, del que después lo nombraron director, también ad honorem. Las grandes cirugías se hacían con la ayuda del peluquero, que era enfermero y también anestesista, el director de la escuela primaria era el ayudante y mamá la instrumentista. Gracias a Dios nunca hubo complicaciones, ni falleció nadie, ni hubo problemas de infección y todos los que nacieron en esos diez años, nacieron con papá”.
En 1967 comenzó su traslado a Sáenz Peña, que culmina al año siguiente con la llegada de toda la familia; la razón: el estudio de sus hijos, tenían que continuar con la escuela secundaria algo que entonces San Bernardo no tenía, luego de cinco años repetirán la experiencia de la mudanza hacia Resistencia, por los mismos motivos, el estudio, pero esta vez los hijos ya tenían que ir a la universidad.
El trabajo para el doctor Franco era interminable, no tenía sábados, domingos ni feriados, nos dice Miña y recuerda una anécdota: “Un día papá estaba tan cansado que tomó una pastilla para poder dormir. Era una noche de invierno con una helada para el recuerdo, tocan timbre a la 1.30. Papá se levanta y atiende por la ventana del dormitorio que daba a la calle. Era una emergencia, se viste y baja, pero como estaba dopado bajó la escalera de granito dando tumbos y de cabeza; no se desnucó porque no era su día. No te imaginás el susto que nos pegamos. Resultó ser que la emergencia era un tipo que había muerto a las 7 de la tarde y siendo la 1.30 los familiares lo sentían aún caliente y querían que les confirmara la muerte. Por un muerto casi se muere él”.
En Resistencia al principio trabajó en una clínica donde debía estar de guardia las 24 hs., cinco días a la semana, y los sábados y domingos, “para descansar”, se trasladaba a Sáenz Peña para atender a sus pacientes. Luego en el Hospital “Julio C. Perrando”, como jefe de guardia; después pasó a atender un Centro de Salud, que estaba en los límites entre la ciudad y el campo, a cargo de una congregación de monjas canadienses. Y en este lugar, nos cuenta Carmen: “Creo que acá papá se sintió más pleno y realizado que nunca, porque eran los pacientes, las monjas y él. Trabajaron sin descanso varios años llegando a atender en un día 130 pacientes, empezaban a las 7.30 y no paraban ni a comer hasta las 7 de la tarde. Se atendía a toda la gente sin distinciones de edad o enfermedad. Se organizaron campañas de vacunación masiva a todos los niños y embarazadas. Las monjas se sentaban con los niños en su regazo a despiojarlos para que las madres aprendan; ellas los bañaban, les ponían ropa limpia y se encargaban de lavar la sucia para tener otra tanda de ropa al día siguiente. Semejante movida hizo que los mismos pacientes comenten en todos lados la atención preferencial que tenían con el Dr. Franco y las hermanas canadienses, comentario que llegó a oídos del ministro de Salud”.
Y se preguntarán después que pasó, lo lógico hubiera sido que lo promovieran o tuvieran en cuenta para algo más importante; pero parece que estamos en el reino del revés. Prosigue Carmen con esta historia: “El ministro, Dr. Tauguinas, que lo conocía a papá de Sáenz Peña, al ver las estadísticas, no había niños sin vacunar ni enfermedades infectocontagiosas, quiso ayudar mandándole un pediatra, un obstetra y un gerontólogo. Ninguno de ellos se quedó, porque no estaban de acuerdo con la cantidad de pacientes a tratar por día. La ley dice diez, y allí atendían a los que iban, fueran cinco o cincuenta. Esa era la “Ley de Franco”. Había hora de entrada pero no de salida. Los celos de los médicos fueron de tal magnitud que decidieron hacer una movida política para cambiar al director del centro. Primero las sacaron a las hermanas y luego a papá, y sin ellos el centro de salud se acabó, terminó siendo uno más. Para ese entonces papá ya estaba para jubilarse”.
Luego de que el doctor Franco se jubiló construyó en el frente de su casa su consultorio, donde atendió a sus pacientes hasta el primero de agosto de 2006, fecha en que se retiró definitivamente, luego de 54 años de labor con la medicina.
“No nos deja bienes materiales como herencia a sus hijos, sólo nos deja valores tales como: honradez, sinceridad, humildad y la fortuna y el orgullo de poder decir con la frente bien alta, “somos hijos del Dr. Aníbal Franco” y tener la certeza que, donde sea, sólo hay buenos recuerdos y agradecimientos por su desempeño y su calidad y calidez humana”, termina de relatarnos, muy emocionada, su hija Carmen “Miña” Deidamia Franco.
Esta es, muy sintéticamente, la vida de un hombre que dedicó su vida a la atención de pobres y necesitados. Nunca dejó de atender a nadie porque no tuviera para la consulta y si era necesario, si es que no había muestras gratis, sacaba de su bolsillo y les daba dinero para que compren los remedios. O recibía como pago de consulta un kilo de mandioca, o una docena de huevos caseros, o un pollo, etc. O simplemente el agradecimiento.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Querida Miña y primos, somos los nietos de Alejandrino, hermano de Carmen, Blasito..., de Posadas Misiones, justamente ayer estuvimos en Ybytymi donde vivió el Abuelo con Ana Hobecker y de donde se tuvieron que exiliar en el 47, mis abrazos mas afectuosos Dr Guillermo Ortiz gorriz@intramed.net
Unknown ha dicho que…
Perdon gortiz@intramed.net
mavie ha dicho que…
Es genial la nota sobre ese gran hombre que es Aníbal Franco!

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