Entrevista a Isidro Méndez Chávez “Mi primera casa fue un Ford A abandonado”
Entrevista de 2010
Esta es la primera de una serie de notas que pensamos
realizar a empresarios paraguayos. Un empresario es la persona que lleva
adelante una o varias empresas, capacidad que no cualquiera tiene y, como todo,
los hay buenos y malos; pero es de destacar que a partir de la tesonera labor,
a la visión de los negocios y a la capacidad de dirigir de los que tienen esta
vocación, es que se crean las fuentes de trabajo. Y así como una Nación debe
cuidar y proteger a sus científicos, que son los que silenciosamente en un
laboratorio crean los remedios o fórmulas, cuyas patentes valen millones; los
empresarios son el complemento generador de empleo y de crecimiento interno y
externo de cualquier país. Comenzamos la serie de entrevistas con Isidro Méndez
Chávez, un paraguayo que como tantos llegó a la Argentina con muy poco,
casi nada, y hoy a sus 58 años, es un importante empresario del cual dependen
cerca de 250 familias, directa e indirectamente. Isidro, empresario de la
construcción, 11 hijos y 3 nietos, está en pareja con Teresita Vellozo y es el
actual presidente de Casa Paraguaya de Buenos Aires; aquí va su historia, una
entrevista en la cual prácticamente no hacen falta preguntas, más bien es un
monólogo del entrevistado, que nos va desgranando su historia, que arranca
desde su infancia en Yuty.
--Yo provengo de una familia de agricultores, somos
nueve hermanos, también tengo hermanos de padre y en total somos dieciséis. Yo
salí de mi casa cuando tenía nueve años, uno de los motivos de mi ida fue que
mi papá le daba anticipo de dinero a los agricultores vecinos para que puedan
llevar adelante su labor, que devolverían luego con parte de su cosecha, pero
algunos no volvían a traer sus productos sino que directamente cruzaban con la
carreta y por otro camino iban a vender y después se hacían los olvidados de la
cuenta. Nosotros tenemos una casa, que hace pocos años me enteré, perteneció al
abuelo de Epifanio Méndez, que mi papá compró y está justo a la entrada del
pueblo. Entonces, como decía, yo vine a vivir en esa casa, bajo el cuidado de
unos vecinos, a la vez que iba a la escuela, pero mi presencia en ese lugar era
justamente para observar quién de los que nos debían venía con su mercadería de
contrabando para vender y no pagar su deuda. Ahí mi papá me mandó al frente,
entonces a los 9 años empecé a recibir almidón, tabaco, todo lo que es la
cosecha de temporada. Ese fue mi inicio como trabajador independiente, también
me cocinaba en una olla de hierro que servía para todo, me lavaba la ropa y el
guardapolvo lo planchaba con la vieja plancha a carbón. A los 12 o 13 años ya
organizaba cócteles , pic-nics, partidos de vóley; pero mi papá también me
precisaba los días feriado o cuando no iba a la escuela, para costurar las
bolsas de los productos que luego vendíamos en el almacén de ramos generales,
donde mi papá tenía de todo; él fue sólo hasta tercer grado pero era un hombre
muy hábil y mi mamá era una mujer más inteligente.
--Entre
los hermanos vos sos el mayor.
--Yo soy el mayor, de los de padre y madre. Todos nos
llevamos un año dos meses, un año tres meses, ahí nomás. Y me tocó a mí la
responsabilidad desde niño, mi papá me hacía levantar con él a las 3 de la
mañana, él tomaba su mate y yo tenía que desgranar maíz para darle de comer a
las gallinas, que eran centenares.
A los 13 años yo ya quería ir a las fiestas, me
invitaban; en esa época se usaba el caballo bien equipado; pero mi papá no
quería que vaya y me prohibía todo, entonces me enojé y le dije a mi mamá que
me iba a ir, y ella me preguntó adónde, pero ya tenía pensado ir junto a un
amigo de mi padre que era suboficial de policía, en Asunción; entonces a pesar
del dolor y la preocupación de mi madre ella me preparó el avío (una canasta de
mimbre con chipa, queso, dulce de maní y otras cosas). Me subí al caballo, me
dio la bendición y me dijo que tenga mucha suerte, así fue que salí por primera
vez de mi casa. Llegué a Asunción, luego me enteré que mi padre se había
peleado grande con mi mamá, y yo andaba escondido de mi papá, hasta que después
de un año y medio mi padre me sacó de la escuela de policía y me llevó a una
pensión en la calle Manuel Domínguez y 12 de Octubre, porque él quería que
fuera mecánico; y entré en la Escuela Técnica Vocacional Carlos Antonio López.
Ahí estudié dos años y medio, de donde salí premiado y becado como uno de los
mejores alumnos para ir a Alemania, pero al salir no revisé mi boletín y me fui
a Yuty a trabajar con mi papá, me perdí el viaje. Me encantaba viajar en el
tren, y muchas veces hice a pie el trayecto que queda entre la estación Yuty y
mi pueblo, que son 16
kilómetros , porque a veces no había medio para ir
entonces había que caminar.
De vuelta en Asunción caminé mucho para buscar
trabajo, hasta que llegué a un taller donde había varios autos, y un señor se
acercó y me preguntó qué estaba buscando, yo le dije que quería trabajar y le
mostré un mameluco que llevaba y se sorprendió, entre risas me agarró de la
cabeza y me llevó hacia el taller; trabajé mucho tiempo con ellos: regulaba
frenos, bajaba cajas de cambio.
Hasta que un día conocí a unos primos que vinieron de
Buenos Aires de paseo, y me ofrecieron ir de vacaciones allá, y les dije que me
encantaría pero había que pedir permiso a mi papá y se fueron a pedirle
permiso, pero él les respondió: “Ese mitaí hasta que no tenga 21 años no va a
salir a ningún lado”. Y yo me enojé otra vez por eso, y me fui, o vine, de
contrabando a Buenos Aires, llegué sin un peso, en el año 1969. Como me escribía
con mi familia, tenía la dirección, que era en San Fernando. Llegué sin un peso
porque le di todo mi dinero a una tía que me iba a hacer cruzar y llevar, pero
a la hora no estaba y me dejó una nota, pero como yo era orgulloso con mucho
amor propio no podía volver atrás, había dejado mi trabajo, todo, así que seguí
adelante. Llegué a Pilcomayo pero nadie me quería llevar porque era menor,
hasta que un chofer de la empresa Godoy, el último que salía esa tarde, aceptó
llevarme con el riesgo que la gendarmería podría descubrirme. Si yo encuentro a
ese hombre hoy le haría una fiesta enorme, porque me trajo sin un peso hasta
Plaza Once. Ahí, con mi traje verde de botamangas anchas, me acerqué a un
lustrabotas para preguntarle dónde quedaba San Fernando, y el señor me acompañó
con el subterráneo hasta Retiro, pagó mi pasaje, y me dijo de acá contá 13
estaciones y ahí te bajás y buscás la calle. Llegué y fui para la derecha,
encontré la calle que buscaba y seguí caminando hasta que encontré un grupo de
muchachos que jugaban a la pelota en la calle y uno de ellos era mi primo, así
llegué a lo de mi tía. Cuando mi papá se enteró que no estaba en Asunción y me
vine a la Argentina ,
mandó una carta documento o telegrama a mis tías para que me envíen de vuelta
si no me iba a venir a buscar con la policía. Yo tenía miedo, y de San Fernando
me fui a San Justo, a buscar otra tía; como no la encontré me tocó vivir seis
meses debajo de un paraíso en un auto, un Ford A, abandonado en la calle, esa
fue mi primera casa. Que por suerte estaba frente a una parrilla y el
parrillero era paraguayo, entonces siempre tenía trocitos de asado para comer y
te puedo decir que comía mejor que cualquiera. Hasta que una noche escucho a
unos muchachos conversar en guaraní y los seguí, iban a trabajar a un lavadero
de autos, y seguí yendo pero sólo miraba hasta que un día me ofrecí a correr
los coches, que no creían podía hacer, pero así empecé a trabajar con ellos
como dos años. Un día el dueño me ofreció un lugar donde vivir, una pieza, en
un altillo, con una pequeña heladera, me compró un colchón, parecía que él
sabía donde yo dormía pero no me dijo nada.
--De
esta etapa, que ya tenías 18 o 19 años, ¿cómo fue tu primer trabajo en la
construcción?
--Salí del lavadero y fui en busca un tío que vivía en
el centro, y tardé varios días en encontrarlo mientras tanto me mantenía a café
con leche y tres medialunas, una a la mañana, otra a la tarde y la última a la
noche. Hasta que lo encontré, el día que pelearon Bonavena y Casius Clay,
cenando en un restaurante, estaba comiendo ternerita, él me llevó de
contrabando a su hotel; y otra vez sin trabajo, hasta que un formoseño me llevó
al club Ateneo, a pelar papas; fui ayudante de cocina, de mostrador y mozo. Más
adelante, otro tío, me dijo que tenía que aprender un oficio y fui a estudiar a
la escuela técnica ITEA, en Ramos Mejía, para maestro mayor de obra; mientras,
vivía en un conventillo en Avellaneda. Y empecé a trabajar en una obra, de ahí
no salí más, después fui encargado. El primer edificio que me tocó dirigir, con
un primo, fue en la calle Carlos Pellegrini, pleno centro. Me fui haciendo del
oficio, logré que me pagaran mejor y cobrar por tanto, porque yo producía.
Luego tuve problemas con mi pareja, una hermosa chica con la que tuve mi primer
hijo, que hoy está en España y tiene 31 años, por esa razón me tuve que mudar a
un hotel; y como salió un aviso en el diario, un pedido de supervisor de obra
para San Carlos de Bariloche, me presenté, con 24 años; la cola era enorme,
llevé mi currículum que yo mismo armaba; cuando me tocó el turno el ingeniero,
que había venido del sur para contratar a los operarios, me preguntó para qué
puesto iba, le dije que por el aviso de supervisor, y me ve muy joven para el
puesto, entonces le digo: “Usted pruébeme, si no le gusta mi trabajo yo me pago
mi pasaje y me vuelvo”; se quedó mirándome y a la semana me va a buscar al
hotel y como pensé que era mi ex pareja me escondí, pero enseguida se aclaró
quién era el que me buscaba.
La cuestión es que fui a Bariloche donde llegué a
estar tres inviernos. Ahí participé en la construcción de importantes obras y
gracias a encontrarme, de casualidad, con gente amiga, de Buenos Aires, que
fueron a comprar un chalet que luego me ofrecieron, viví en una casa en medio
de la montaña, una vista espectacular.
Antes de irme al sur ya me había inscripto en la Cámara de la Construcción y cuando
volví encontré a mi primo y hermano trabajando con mi número de inscripción, me
estaba por volver a Bariloche y en la obra una persona me pregunta por el
contratista y le digo que soy yo, y me pide la cotización de una obra en
Palermo, le dije sí, coticé y me quedé. A partir de ahí, con muchos golpes en
esta profesión, que es muy difícil, con demandas, etc., experiencias forzosas,
tuve que aprender de leyes, de abogados,
--Un largo
camino para llegar hoy a la posición que estás y a Casa Paraguaya.
--A Casa Paraguaya llegué de la mano de Angela
Pedrozo, que fue tía política; me hice socio cuando estaba en la avenida
Córdoba, en 1972. Llegué a integrar el cuerpo de baile con Demetrio Ortiz, y
participé de la peña de la calle Lavalle 975, un lugar chico pero muy acogedor,
pasaron por ese lugar muchos artistas. Después que murió Demetrio se desarmó el
grupo; una de las bailarinas, que suele venir de visita, era Alba Ramírez, que
se casó con un alemán y se fueron a vivir a Alemania. Y cuando volví de
Bariloche, en 1979, como te dije, empecé con la construcción y a realizar
actividades sociales y empresariales. Me presenté como candidato a presidente
del Deportivo Paraguayo y perdí, quería hacer el estadio pero no me dejaron. Después
me puse al día con mi cuota de Casa Paraguaya, y comencé a asistir a las
reuniones sociales, en forma esporádica, hasta que un miembro de comisión me
invitó a integrar la lista, como vocal suplente; asistía a las reuniones, pero
mi opinión no era tenida en cuenta o no les gustaba; entonces me di cuenta que
para las cosas importantes no me involucraban, pero seguí opinando y más me
involucraba; hasta que en una fiesta vendí cerca de 120 entradas y controlé el
pago de las mismas y observé cosas que no me gustaron, entonces esas cosas
fueron las que me hicieron involucrarme más en la Casa.
Primero fui vicepresidente, con Romero, frente a una
situación complicada con la Inspección
General de Justicia, que por suerte logramos arreglar. Luego,
ante hechos que no estaba de acuerdo, decidí candidatearme para presidente;
tres meses antes de la asamblea, y ya tenía el proyecto de ampliar el espacio
físico de la Casa
y sabía de la gran inversión requerida. Quise consensuar, pero no hubo acuerdo
con la otra lista y fuimos a la elección que fue muy reñida, con una diferencia
de 14 votos; destaco el apoyo y la labor de mi hija y Teresita para esa
elección.
--Cuántos
metros cuadrados tiene hoy la Casa Paraguaya
y cuántas personas tenés a cargo.
--Construidos 1.500 m2 , y tengo cerca de 200 personas en
forma directa y unas 40 en forma indirecta.
--Aparte de tu
trabajo y la Casa ,
sabemos que colaborás con otras instituciones.
--Tuve la suerte de poder regalar una capilla en la Villa 31, tengo la suerte de
sostener algunos comedores en Paraguay, de los que soy el padrino. Uno cerca de
la azucarera de Tebicuary, en Santa Rita, en Caacupé y acá en San Francisco
Solano, en la
Congregación Virgen de los Milagros de Caacupé, damos de
comer a ancianos y niños, y donde todos los años, el 7 y 8 de diciembre, si el
tiempo ayuda, se reúnen de 45 a
60 mil personas; ahí me encargo de la movida general, o sea seguridad, músicos,
propaganda, bebidas, etc.
--En Yuty, ¿qué
familia te quedó?
--Tengo a mi papá, mi madre ya falleció, tengo tres
hermanos, uno está muy bien, tenemos propiedades en forma conjunta que él
administra, tenemos animales, pastura, y algunas hectáreas de tierra, en
realidad poco puedo disfrutar de todo esto porque cada vez que voy estoy apenas
tres días por los diversos compromisos que no permiten estar más tiempo.
--Qué le falta a
la Casa para
terminarla.
--Un veinte por ciento, lo más importante que falta es
el ascensor que sale unos 60 mil dólares, lo demás está todo comprado y
preparado para instalar, también hacen falta más mesas y sillas. Quiero que la
institución sea lo que siempre soñé, una casa prolija, una de las mejores de la
colectividad paraguaya, un lugar que nos identifique y hable bien de nosotros.
Comentarios