Meditaciones de medianoche


A diario nos bombardean con noticias sobre catástrofes que provienen de los más lejanos rincones del planeta, tragedias locales e internacionales, la posibilidad de una pandemia por un virus que anda propagándose rápidamente, del que no tenemos aún la cura; trágicas noticias mechadas con los resultados deportivos y los últimos chismes de la farándula, artística y política; los canales que pasan exclusivamente noticias se encargan de recordarnos estos hechos cada media hora. Estas novedades, poco novedosas, uno las escucha desde que se levanta hasta que se acuesta, ya sea por radio o TV, y si lee algún diario encontrará la misma onda; claro, cómo no van a ser parecidos si son multimedios. Como ven, en breves instantes nos llevan desde el desánimo más profundo, por la caótica situación mundial y local, hasta la más absoluta frivolidad.
Rumiando estos pensamientos, hace poco se me ocurrió comparar lo siguiente: el control de enfermos mentales con un supuesto control mental de la población. Por un lado, en un neuropsiquiátrico para atender a los enfermos de sus distintas dolencias: depresión, agresividad (la posibilidad de que puedan dañar a alguien o a sí mismos), lo realizan administrándole fármacos que los sedan. Y, por otra parte, no me pareció descabellado pensar que todo ese cúmulo de mala onda mezclada con chismerío sobre famosos, que en el fondo a nadie interesa ni debe interesar, con las que nos bombardean las veinticuatro horas, sirva a los fines de mantenernos idiotizados, o aletargados, en muchos casos deprimidos. O sea que a los enfermos se les suministran drogas para controlarlos y a los sanos noticias que los enferman. Noten que en las conversaciones habituales, en cualquier reunión social, en general los temas que se tocan se refieren a lo que se ve o escucha en los medios. Esto, acaso, ¿no es, de alguna manera, controlar el pensamiento? Es famosa la película basada en la obra de Orwell, en la cual el mundo era dominado por un hermano mayor que aparecía en una inmensa pantalla; se me hace que, sin darnos cuenta, esta propuesta hace tiempo es una realidad inconsciente para muchos.
Recuerdo que en mi infancia, sin televisión, la radio transmitía cada tanto el anuncio del fin del mundo, pronosticado con fecha fija por un visionario loco de no se sabe dónde; esto las personas con más de 50 se deben acordar. Después este tipo de noticias desapareció, claro entraba en escena la TV. En el Paraguay llegó allá por 1964.
Por otro lado, de aquella época, recuerdo una infancia de juegos: la pelota era el principal entretenimiento y nuestra canchita era un terreno de un cuarto de manzana, donde los más chicos esperábamos pacientemente que los grandes terminaran su partido para así nosotros entrar a jugar hasta casi oscurecer; la bolita; el trompo; la hondita, provista de una buena partida de bodoques que nosotros amasábamos; la época de remontar pandorgas, que hacíamos con cañitas y engrudo; y el olvidado cinturón cañí, éste la última vez que lo jugamos el cinto se escondió tan bien que se perdió, ni el que lo ocultó pudo encontrarlo, y quien lo prestó creo se fue a su casa llorando. También recuerdo una infancia de lectura de cuentos infantiles y revistas de historietas a la hora de la siesta: entre una y dos horas nos obligaban a acostarnos, sin tener sueño, o jugar en silencio, yo me arrellanaba en la cama y agarraba las revistas del almacén o algún libro de cuentos infantil.
Recuerdo en mi barrio a la gente sentada en la vereda, por la tarde-noche, la familia en pleno sacaba sus sillas. Era normal que los que pasaban, en general conocidos, se quedaran unos segundos a conversar o simplemente saludaran y siguieran su camino; estas tradicionales reuniones callejeras fueron, por muchísimo tiempo, una parte muy importante de la vida social de los asunceños, hasta la llegada de la televisión.
Cuando arribó este gran invento, los primeros poseedores de los aparatos lo instalaban en el patio delantero de la casa, un poco para alardear pero también para compartir las imágenes con los vecinos, chicos en general; a medida que la TV se iba popularizando más familias poseían el novedoso aparato y ya no era necesario ir a lo de fulano a ver la tele, en ese momento ésta se corrió unos metros, pasó del patio al living, junto con sus propietarios; por último, pasó al dormitorio o al comedor, ambientes que están bien adentro de la vivienda, y así fue que, prácticamente en dos o tres años, desapareció aquella ancestral y hermosa costumbre de sentarse en la vereda, saludar y dialogar ocasionalmente con los vecinos: la televisión se los tragó.
Otro de los hábitos que destruyó la televisión, y rápidamente, con su llegada fue la lectura. Recuerdo en casa las pilas de revistas de historietas; un buen día mi abuela las juntó todas y las puso en venta, con el producto compró nuevas e instaló una estantería para las mismas dentro del almacén que mis abuelos tenían, el negocio lo mantuvo por muchos años. La lectura, aunque sea una historieta, siempre ayuda a ejercitar las neuronas, nos hace crear imágenes; que es algo muy distinto a ver una imagen en una pantalla, donde no hace falta ninguna imaginación. Parangonando esto que digo, una cosa es que un chico fabrique su propio juguete y otra que le regalen uno ya hecho. Porque el desarrollo intelectual del hombre, sobre todo en la etapa de la infancia, necesita fomentar la imaginación. Es muy malo para una criatura que empieza a ir a la escuela el ver muchas horas diarias de televisión, conspira contra su formación.
También recuerdo, ya en mi adolescencia, que un amigo me prestó un texto de Platón que contenía tres diálogos, en éstos Sócrates discurría sobre la inmortalidad del alma, la retórica y el amor. Este gran filósofo de la antigüedad es el creador de lo que se ha dado en llamar mayéutica: por medio de repreguntas analiza en profundidad el tema propuesto por sus ocasionales interlocutores; pero lo que, para mí, realizaba el griego con este sistema de razonamiento era, simplemente, aplicar su sentido común para determinar si una creencia podía resultar verdadera o falsa, mala o buena, justa o injusta, etcétera.
Después de leer aquel libro, recuerdo, se despertó en mí ese sentido común que hasta ese momento estaría medio dormido. A veces pienso que el famoso “sexto sentido” es, simplemente, el sentido común que conjuga a los otros cinco. Este sentido, el común, lo poseemos todos, pero está visto que muchas personas no lo usan; más que nada pienso que es por pereza, parece que el pensar requiere más esfuerzo que ir a un gimnasio a levantar pesas.
En definitiva, lo que quiero decir con toda esta larga introducción es que si bien no vamos a volver a sentarnos en la vereda como antaño por lo menos se puede volver a la lectura. Hay que ejercitar las neuronas; no importa qué tipo de obra se lea, lo importante es leer, cada uno encontrará lo que le gusta. Porque nuestro mundo se amplía a medida que ampliamos nuestro conocimiento. Nuestro cerebro es la más maravillosa de las computadoras, superior a cualquier máquina que pueda haber creado el hombre, pero si no lo ejercitamos con imaginación, sólo le damos imágenes, y no lo nutrimos con información variada, cultura general que le dicen, estamos desperdiciando una oportunidad única. Y las opiniones salidas de un cerebro sin imaginación, con poco o ningún sentido común, no son propias, son ajenas; son las opiniones de los comunicadores de mala onda, que inconscientemente se hacen propias. Recuerden lo que dijo el filósofo, cada ser humano es único e irrepetible. (¡Por suerte!, dirán por algunos.)
Y aquí van, como final, las sabias reflexiones del poeta Jorge Manrique vertidas en “Coplas por la muerte de su padre”:


Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
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