Pasión y muerte

¿Sabe amigo? Había una vez en el barrio un hombre que no era creyente. Decirle que ateo es poco… recalcitrante, odiaba y se burlaba de los creyentes, católicos, judíos o de cualquier otra confesión. ¡Pero eso sí!, era muy buen actor, conocido en el ambiente artístico aunque algo olvidado.  Había trabajado en numerosas obras de teatro y películas, en distintos roles; ¡completísimo!  Papel que le daban se lo aprendía a fondo, lo ensayaba repetidas veces y siempre buscaba mejorar sus movimientos, sus gestos, sus inflexiones de voz. Cuando interpretaba era atrapante; perfeccionista, no se perdonaba el más mínimo error.
Pasó que hace unos años, una Semana Santa, en la parroquia del barrio decidieron representar La Pasión, se creó al efecto una comisión encargada de la puesta en escena, y fue así que uno de los integrantes, que era conocido de este vecino, propuso que les ofrecieran un papel a este formidable actor, que sin dudas si aceptaba jerarquizaría la puesta. Ellos conocían su ateísmo, pero eso no fue óbice para proponérselo, además tal vez así quizá “recuperaran la oveja perdida”, manifestaron algunos.
Pero el tema no era sencillo, ¿qué papel le darían?; y pasó que a uno se le ocurrió  la brillante idea de ofrecerle el papel de Judas, tal vez así sería más fácil convencerlo dijo; además no lo veían al personaje en el rol de Jesús o Pedro, tal vez el de Pilatos… pero el Iscariote fue al final el papel que le propusieron.
Algunos miembros de la comisión se allegaron hasta su casa a llevarle la propuesta. El hombre al verlos y saber quiénes eran y el motivo de su visita quedó un tanto descolocado. Su cara no era precisamente de amabilidad hacia ellos; pero luego de escucharles con atención el viejo actor se tomó unos instantes para meditar y así darles una respuesta en forma inmediata.
Resultó que el hombre les dijo que sí. Les explicó que aceptaba porque él era un profesional y que más allá de sus ideas o creencias un artista de su nivel debía representar ese papel como cualquier otro que le tocara. Y que con mucho gusto y placer aceptaba el guión que le traían, que lo estudiaría a fondo como así también leería en esos días el Evangelio, de manera de compenetrarse lo más a fondo posible con el personaje.
Cuando los despidió les prometió que esta “iba a ser la mejor representación de su vida”. La comisión se retiró agradecida.
Pero uno de ellos luego comentó que a él no le cerraba del todo, conociéndolo como le conocía, eso de “profesionalismo”. Él estaba seguro que había aceptado por ser el papel de Judas, que si hubiera sido el de Pedro o el  del mismo Jesús, difícilmente lo haría. Además, le pareció ver una casi imperceptible sarcástica sonrisa cuando los despidió.
La cuestión es que en esas dos semanas el hombre, fiel a su costumbre y palabra, se preparó lo mejor que pudo. Se empapó del Evangelio, la Biblia, y no solo eso, consultó algunas encíclicas, además de ir a conversar en varias oportunidades, en forma muy discreta, con el cura párroco.
Y llegó el día de la presentación, el Jueves Santo. Mire, para qué voy a hacerle larga la historia, la obra fue un éxito: la puesta en escena, los actores, el vestuario, los diálogos… era casi como estar viendo en vivo y en directo la Última Cena, el apresamiento de Jesús, su juicio, su crucifixión…. Todos los actores estuvieron muy bien, brillantes, pero el mejor, el que se llevó las palmas ese día, por supuesto, fue el vecino ateo que hizo de Judas. A pesar de tener un corto papel, su caracterización fue casi real: ¡era el mismísimo Judas!
Pero la sorpresa mayúscula ocurrió al día siguiente, Viernes Santo, cuando los integrantes de la comisión y los que actuaron en la obra fueron a su casa a agradecer su participación. No pudieron creer lo que veían.
¡Lo encontraron colgado de la viga del techo! ¡Sí…!  ¡Se había suicidado!
Por mucho tiempo esto se comentó en la parroquia y el barrio, se imagina, hacer de Judas y terminar como Judas. Es algo que causa escalofríos.
—¿Y el finado?, ¿dejó alguna nota?
—Pues sí,  hombre… ahora que lo menciona…
—Y qué decía…
—¡Perdóname, Señor...!


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