CAPERUCITA Y EL LOBO, LA OTRA VERSIÓN DE LOS HECHOS
“El Lobo siempre será el malo si Caperucita es quien cuenta la historia”.

He aquí
lo sucedido con Caperucita, la Abuela y el Cazador contado por el Sr. Lobo al
Juez que entiende en la causa.
Verá
usted, Su Señoría, cómo pasaron en realidad los hechos.
Pues yo
estaba muy cómodamente recostado en el bosque cuando de repente oigo una voz
que cantaba, me asomé y era una niña con una simpática caperuza roja, que
llevaba en sus manos un canasto lleno de manzanas, muy apetecibles por cierto,
y más en la condición que estaba yo en ese momento, famélico, sin trabajo y sin
comida desde hacía tiempo, por culpa de los planes de aquel gobierno que no
ayudaba a la gente necesitada, un gobierno para pocos que olvida al pueblo.
Entonces me acerqué y le dije:
—Oye
niña, no me invitarías una de tus ricas manzanas.
¿Y usted
sabe lo que la muy miserable me respondió?, me dijo textualmente:
—No porque
son para mi abuelita, ellas las pagó, si quieres te puedo vender una.
—Pero no
tengo dinero –le dije humildemente a lo que ella me respondió en forma tajante
y harto grosera:
—¡Entonces
búscate un trabajo y gánate un sueldo, que a mí nadie me regala nada!
Así, tal
como oye señor juez, la “dulce” niña me respondió.
Entonces,
me entró una indignación que para qué le voy a contar, y como buen lobo que soy
hice honor a los de mi raza y comencé a pergeñar un plan para conseguir alguna
manzana, amablemente le dije:
—Está
bien, no importa; y para dónde vas niña.
—Ya te
dije que a lo de mi abuela, a llevarle las manzanas.
—Y dónde
vive tu abuela.
—Pues a
ti qué te interesa; es que quieres que mi abuela te dé algún trabajo –me
respondió de mala manera. Encima, esto la niña lo dijo en tono sarcástico, burlándose
de mi hambre y sentimientos; pero verá usted que yo no reaccioné, tragué saliva
y orgullo, y le dije:
—Yo solo preguntaba, por curiosidad nomás.
—Yo solo preguntaba, por curiosidad nomás.
—Bueno…
queda al otro lado del bosque, casi al final, y que te vaya bien, que se me
hace tarde. Que consigas trabajo... –me dijo cortante y luego se marchó, pero
alcancé a ver al final de su frase una risita contenida, lo que me causó aún más
indignación.
Entonces
decidí adelantarme y por un atajo llegué bastante antes que ella a lo de la
abuelita. Mi idea era contarle lo grosera que fue conmigo su nieta, además de
pedirle por favor si no me daba una de las manzanas que le traía, que después
vería la forma de pagarle.
Golpee
la puerta de la susodicha anciana; imagine usted, yo esperaba encontrarme con
una ancianita amable, entrada en años, pero no, qué va, nada que ver, salió una
señora no tan vieja, bien emperifollada, de físico robusto y con una escopeta
en la mano, y ahí nomás me espetó de muy mala manera y apuntándome:
—¡Qué quiere!
Yo,
sorprendido y temblando de miedo ante semejante arma no sabía qué hacer, así
que retrocedí unos pasos y como no tenía opción ya que estaba a punto de
dispararme por mi instinto natural pegué un salto impresionante, que hasta
ahora no atino a saber cómo lo pude hacer, y sin darle tiempo a apretar el
gatillo abrí la boca lo más que pude y me tragué a la abuela de un bocado,
enterita, sin tiempo a masticarla.
Como
usted puede ver, esto fue en legítima defensa ante la irracionalidad de la
señora que estaba armada con una escopeta de doble caño.
Ahora se
imaginan ustedes semejante instantáneo atracón, pues no tuve más remedio que
acostarme. Entré en la casa, que estaba muy calentita en contraste con el frío
que hacía afuera; le comento que por primera vez en mi vida sentí lo que es el
calor de un hogar, recuerdo que en ese momento unas lágrimas rodaron por mi
hocico.
Estaba yo recostado en la cama cuando en eso oigo que abren la puerta y la voz de la niña de la caperuza que se anunciaba: “¡Abuelita, abuelita, ya llegué…!, ¿dónde estás?, te traje las manzanas...”.
Estaba yo recostado en la cama cuando en eso oigo que abren la puerta y la voz de la niña de la caperuza que se anunciaba: “¡Abuelita, abuelita, ya llegué…!, ¿dónde estás?, te traje las manzanas...”.
Yo,
aterrorizado, no sabía qué hacer, solo atiné a meterme debajo de las cobijas y
taparme para que no me reconociera, y es así que me hice pasar por la Abuela,
fue algo que salió espontáneamente, nada premeditado, como le dije, ante el
miedo que sentía de verme descubierto en semejante situación y sin testigos que
avalaran que me comí a la Abuela en defensa propia.
La
cuestión es que Caperucita entró a la habitación, yo tapado hasta las orejas, y
ella que me empieza a dar la lata.
—Hola
abue, qué te pasa que estás toda tapada, ¿te sientes mal?
—Sííí...
–atiné a contestar, con una voz medio temblando, a la vez que traté de
disimularla.
—Pero
qué voz rara tienes –me dijo–. ¿Es que estás mal de la garganta?
—Síii...
–respondí.
En eso ella
intentó levantar la cobija y yo, temblando, la agarré fuerte, pero me llegó a
ver una oreja. Entonces me dijo:
—Y esas
orejas tan grandes y esos pelos...
—Tengo
una alergia –le dije– y parece contagiosa así que mejor vete.
Traté yo
de que se fuera, pero ella insistía.
—Abue,
estás muy rara, no pareces tú, a ver... –y volvió a agarrar la cobija y ahí me
descubrió.
Da la
mala suerte que en eso entró en la casa de la Abuela su vecino, un viejo
cazador, que también le venía a traer un encargo, así dijeron después, pero yo
creo que era solo para tapar las apariencias porque para mí ellos se
“entendían”. Como le decía, Señoría, llegó justo en el momento que me levanté
de la cama, descubierto por la niña, y yo, le juro Usía, pensaba huir a campo
traviesa avergonzado por la situación, pero entre la niña que gritaba “el lobo,
el lobo”, el hombre que tenía su escopeta apuntándome eso era un pandemóniun. Terminé
arrinconado en la habitación suplicando que no me matara, les dije que lo de la
abuela había sido en defensa propia, y que podría ser que aún estuviera viva, y
que si me disparaba podía llegar a matarla.
Entonces
el hombre me ató las manos y aputándome por detrás fuimos caminando hasta lo de
un médico cercano en el bosque, que es donde me abrieron la panza y sacaron a
la Abuela, un poco mareada por cierto pero en perfecto estado; luego el
“médico”, que si se le puede llamar médico a ese hombre que para mí tenía un
título falso, metió mis tripas dentro y me cosió muy mal, todo esto en el
ambiente contaminado de su cocina.
Como
verá usted Su Señoría, todo ha sido un malentendido; esa niña, Caperucita, ha
dado su versión, pero como ve es totalmente tendenciosa, ella omite lo de
haberme negado la manzana, el maltrato y burlas hacia mi; y a la versión del
cazador no se le puede dar crédito, ya que apenas participó unos instantes de
esta historia y es amigo de ambas por tanto su testimonio es bien parcial,
además de este tener tratos con ese “médico” clandestino al que hay que
investigar. Y, por supuesto, menos dar crédito a la historia que cuenta la
Abuela, que como verá por su complexión física, de “abuelita pobre e indefensa”
no tiene nada, y es la responsable directa de todo este asunto por su
atolondrado y amenazante recibimiento, que si no le salto encima es otra la
historia y yo estaría tres metros bajo tierra.
Así, que
por el bien de la ecología, la vida silvestre y sobre todo la imagen de mis hermanos
lobos, que a partir de esta versión capitalista y burguesa que ha contado la
niña Caperucita, han caído en un enorme descrédito, toda mi raza; una raza
antigua, valerosa y pacífica, que ha ayudado a fundar, nada más y nada menos
que al Imperio Romano, al criar a los hermanos Rómulo y Remo. Por tanto Usía,
como verá, gracias a nuestra raza es que gozamos de la civilización que hoy
tenemos, lamentablemente bastardeada por cuentos fantásticos y gente que no
conoce de historia ni tiene compasión ni moral, a la vez que buscan la
exterminación de los pobres animales originarios.
Así es
que Vuestra Señoría, le pido que me declare inocente en este asunto, que como
ve todo ha sido un malentendido, y me permita retornar al bosque junto a mi
familia, que debe estar angustiada y más desamparada que nunca. Además,
solicitó la correspondiente indemnización por parte de la niña Caperucita y su
Abuela, y que al Cazador se le prohíba la portación de armas, porque es un
peligro para la vida silvestre y es por culpa de personas como él que estamos
en vías de extinción.
Sin más
nada que agregar Su Señoría, le saluda con mi más alta consideración su seguro
servidor,
El Lobo.
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