CAPERUCITA Y EL LOBO, LA OTRA VERSIÓN DE LOS HECHOS

“El Lobo siempre será el malo si Caperucita es quien cuenta la historia”.  


Hasta ahora solo se conoce la versión de una de las partes del cuento "Caperucita Roja", la relatada por la protagonista, su Abuela y el Cazador, personajes que a lo largo del tiempo siempre se han presentado como víctimas inocentes; pero como toda historia, para poder esclarecer lo que realmente sucedió, es primordial escuchar la otra campana, que en este caso sería la versión del Lobo, al que nunca han dado oportunidad de defenderse quedando para la posteridad como el malo de la película, además de estigmatizar a su raza injustamente.
He aquí lo sucedido con Caperucita, la Abuela y el Cazador contado por el Sr. Lobo al Juez que entiende en la causa.

Verá usted, Su Señoría, cómo pasaron en realidad los hechos.
Pues yo estaba muy cómodamente recostado en el bosque cuando de repente oigo una voz que cantaba, me asomé y era una niña con una simpática caperuza roja, que llevaba en sus manos un canasto lleno de manzanas, muy apetecibles por cierto, y más en la condición que estaba yo en ese momento, famélico, sin trabajo y sin comida desde hacía tiempo, por culpa de los planes de aquel gobierno que no ayudaba a la gente necesitada, un gobierno para pocos que olvida al pueblo. Entonces me acerqué y le dije:
—Oye niña, no me invitarías una de tus ricas manzanas.
¿Y usted sabe lo que la muy miserable me respondió?, me dijo textualmente:
—No porque son para mi abuelita, ellas las pagó, si quieres te puedo vender una.
—Pero no tengo dinero –le dije humildemente a lo que ella me respondió en forma tajante y harto grosera:
—¡Entonces búscate un trabajo y gánate un sueldo, que a mí nadie me regala nada!
Así, tal como oye señor juez, la “dulce” niña me respondió.
Entonces, me entró una indignación que para qué le voy a contar, y como buen lobo que soy hice honor a los de mi raza y comencé a pergeñar un plan para conseguir alguna manzana, amablemente le dije:
—Está bien, no importa; y para dónde vas niña.
—Ya te dije que a lo de mi abuela, a llevarle las manzanas.
—Y dónde vive tu abuela.
—Pues a ti qué te interesa; es que quieres que mi abuela te dé algún trabajo –me respondió de mala manera. Encima, esto la niña lo dijo en tono sarcástico, burlándose de mi hambre y sentimientos; pero verá usted que yo no reaccioné, tragué saliva y orgullo, y le dije:
—Yo solo preguntaba, por curiosidad nomás.
—Bueno… queda al otro lado del bosque, casi al final, y que te vaya bien, que se me hace tarde. Que consigas trabajo... –me dijo cortante y luego se marchó, pero alcancé a ver al final de su frase una risita contenida, lo que me causó aún más indignación.
Entonces decidí adelantarme y por un atajo llegué bastante antes que ella a lo de la abuelita. Mi idea era contarle lo grosera que fue conmigo su nieta, además de pedirle por favor si no me daba una de las manzanas que le traía, que después vería la forma de pagarle.
Golpee la puerta de la susodicha anciana; imagine usted, yo esperaba encontrarme con una ancianita amable, entrada en años, pero no, qué va, nada que ver, salió una señora no tan vieja, bien emperifollada, de físico robusto y con una escopeta en la mano, y ahí nomás me espetó de muy mala manera y apuntándome:
—¡Qué quiere!
Yo, sorprendido y temblando de miedo ante semejante arma no sabía qué hacer, así que retrocedí unos pasos y como no tenía opción ya que estaba a punto de dispararme por mi instinto natural pegué un salto impresionante, que hasta ahora no atino a saber cómo lo pude hacer, y sin darle tiempo a apretar el gatillo abrí la boca lo más que pude y me tragué a la abuela de un bocado, enterita, sin tiempo a masticarla.
Como usted puede ver, esto fue en legítima defensa ante la irracionalidad de la señora que estaba armada con una escopeta de doble caño.
Ahora se imaginan ustedes semejante instantáneo atracón, pues no tuve más remedio que acostarme. Entré en la casa, que estaba muy calentita en contraste con el frío que hacía afuera; le comento que por primera vez en mi vida sentí lo que es el calor de un hogar, recuerdo que en ese momento unas lágrimas rodaron por mi hocico.
Estaba yo recostado en la cama cuando en eso oigo que abren la puerta y la voz de la niña de la caperuza que se anunciaba: “¡Abuelita, abuelita, ya llegué…!, ¿dónde estás?, te traje las manzanas...”.
Yo, aterrorizado, no sabía qué hacer, solo atiné a meterme debajo de las cobijas y taparme para que no me reconociera, y es así que me hice pasar por la Abuela, fue algo que salió espontáneamente, nada premeditado, como le dije, ante el miedo que sentía de verme descubierto en semejante situación y sin testigos que avalaran que me comí a la Abuela en defensa propia.
La cuestión es que Caperucita entró a la habitación, yo tapado hasta las orejas, y ella que me empieza a dar la lata.
—Hola abue, qué te pasa que estás toda tapada, ¿te sientes mal?
—Sííí... –atiné a contestar, con una voz medio temblando, a la vez que traté de disimularla.
—Pero qué voz rara tienes –me dijo–. ¿Es que estás mal de la garganta?
—Síii... –respondí.
En eso ella intentó levantar la cobija y yo, temblando, la agarré fuerte, pero me llegó a ver una oreja. Entonces me dijo:
—Y esas orejas tan grandes y esos pelos...
—Tengo una alergia –le dije– y parece contagiosa así que mejor vete.
Traté yo de que se fuera, pero ella insistía.
—Abue, estás muy rara, no pareces tú, a ver... –y volvió a agarrar la cobija y ahí me descubrió.
Da la mala suerte que en eso entró en la casa de la Abuela su vecino, un viejo cazador, que también le venía a traer un encargo, así dijeron después, pero yo creo que era solo para tapar las apariencias porque para mí ellos se “entendían”. Como le decía, Señoría, llegó justo en el momento que me levanté de la cama, descubierto por la niña, y yo, le juro Usía, pensaba huir a campo traviesa avergonzado por la situación, pero entre la niña que gritaba “el lobo, el lobo”, el hombre que tenía su escopeta apuntándome eso era un pandemóniun. Terminé arrinconado en la habitación suplicando que no me matara, les dije que lo de la abuela había sido en defensa propia, y que podría ser que aún estuviera viva, y que si me disparaba podía llegar a matarla.
Entonces el hombre me ató las manos y aputándome por detrás fuimos caminando hasta lo de un médico cercano en el bosque, que es donde me abrieron la panza y sacaron a la Abuela, un poco mareada por cierto pero en perfecto estado; luego el “médico”, que si se le puede llamar médico a ese hombre que para mí tenía un título falso, metió mis tripas dentro y me cosió muy mal, todo esto en el ambiente contaminado de su cocina.
Como verá usted Su Señoría, todo ha sido un malentendido; esa niña, Caperucita, ha dado su versión, pero como ve es totalmente tendenciosa, ella omite lo de haberme negado la manzana, el maltrato y burlas hacia mi; y a la versión del cazador no se le puede dar crédito, ya que apenas participó unos instantes de esta historia y es amigo de ambas por tanto su testimonio es bien parcial, además de este tener tratos con ese “médico” clandestino al que hay que investigar. Y, por supuesto, menos dar crédito a la historia que cuenta la Abuela, que como verá por su complexión física, de “abuelita pobre e indefensa” no tiene nada, y es la responsable directa de todo este asunto por su atolondrado y amenazante recibimiento, que si no le salto encima es otra la historia y yo estaría tres metros bajo tierra.
Así, que por el bien de la ecología, la vida silvestre y sobre todo la imagen de mis hermanos lobos, que a partir de esta versión capitalista y burguesa que ha contado la niña Caperucita, han caído en un enorme descrédito, toda mi raza; una raza antigua, valerosa y pacífica, que ha ayudado a fundar, nada más y nada menos que al Imperio Romano, al criar a los hermanos Rómulo y Remo. Por tanto Usía, como verá, gracias a nuestra raza es que gozamos de la civilización que hoy tenemos, lamentablemente bastardeada por cuentos fantásticos y gente que no conoce de historia ni tiene compasión ni moral, a la vez que buscan la exterminación de los pobres animales originarios.
Así es que Vuestra Señoría, le pido que me declare inocente en este asunto, que como ve todo ha sido un malentendido, y me permita retornar al bosque junto a mi familia, que debe estar angustiada y más desamparada que nunca. Además, solicitó la correspondiente indemnización por parte de la niña Caperucita y su Abuela, y que al Cazador se le prohíba la portación de armas, porque es un peligro para la vida silvestre y es por culpa de personas como él que estamos en vías de extinción.
Sin más nada que agregar Su Señoría, le saluda con mi más alta consideración su seguro servidor,


El Lobo.

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