La "Alegoría de la caverna", algo aggiornada

Realicé esta
versión, un tanto libre, estilo siglo XXI, de la famosa “Alegoría
de la caverna”, el
diálogo de Sócrates y Glaucón publicado en
“La República”, de Platón (Libro VII, Eudeba, 1985, pp.
381-385), con ligerísimos cambios en las expresiones. Lo que está
entre corchetes son acotaciones al margen y la locución sic
significa que es copia textual. El que principia el diálogo es
Sócrates.
En algún lugar de
Sudamérica...
“—Y ahora
—proseguí— compara con el siguiente cuadro imaginario el estado
de nuestra naturaleza según esté o no esclarecida por la educación.
Represéntate a unos hombres encerrados en una especie de vivienda
subterránea en forma de caverna, cuya entrada, abierta a la luz, se
extiende en toda su longitud. Allí, desde su infancia, los hombres
están encadenados a un plan social, de suerte que mayormente los
hace permanecer inmóviles sin necesidad de salir a buscarse un
sustento, además están frente a un televisor y solo pueden ver los
programas de un solo canal. Detrás de ellos, a cierta distancia y a
cierta altura, hay una luz que los alumbra, y entre esa luz y ellos
se extiende un camino escarpado, lleno de piedras y con una gran
pendiente, a lo largo del cual imagina que se alza un muro semejante
al biombo que los titiriteros levantan entre ellos y los espectadores
y por encima del cual exhiben sus fantoches.
—Imagino el cuadro
—dijo Glaucón.
—Figúrate además,
a lo largo del muro, a hombres que llevan objetos de toda clase y que
se elevan por encima de ella, objetos que representan, en piedra o en
madera, figuras de hombres y animales de mil formas diferentes. Y
como es natural, entre los que los llevan, algunos conversan, otros
pasan sin decir palabra.
—¡Extraño cuadro
y extraños cautivos! —exclamó.
—Semejantes a
nosotros —repliqué—. Y ante todo, ¿crees tú que en esa
situación puedan ver, de sí mismos y de los que a su lado caminan,
alguna otra cosa fuera de las sombras que se proyectan, al resplandor
de la luz, sobre el fondo de la caverna expuesto a sus miradas?
—No —contestó—,
porque están obligados a tener inmóvil la cabeza durante toda su
vida si quieren seguir cobrando el plan.
—Y en cuanto a los
objetos que transportan a sus espaldas, ¿podrán ver otra cosa que
no sea su sombra?
—¿Qué más pueden
ver?
—Y si pudieran
hablar entre sí, ¿no juzgas que considerarían objetos reales las
sombras que vieran?
—Necesariamente.
—¿Y qué pensarían
si en el fondo de la prisión hubiera un eco que repitiera las
palabras de los que pasan? ¿Creerían oír otra cosa que la voz de
la sombra que desfila ante sus ojos?
—¡No, por
Maradona! [en el original dice Zeus] —exclamó Glaucón.
—Es indudable
—proseguí— que no tendrán por verdadera otra cosa que no sea la
sombra de esos objetos artificiales.
—Es indudable
—asintió.
—Considera ahora
—proseguí— lo que naturalmente les sucedería si se los librara
de sus planes a la vez que se los curara de su ignorancia. Si a uno
de esos cautivos se lo libra de sus cadenas y se lo obliga a ponerse
súbitamente a trabajar, a volver la cabeza, a caminar, a mirar a la
luz que proyecta sus sombras, todos esos movimientos le causarán
dolor y el deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos cuyas
sombras veía momentos antes. ¿Qué habría de responder, entonces,
si se le dijera que momentos antes solo veía vanas sombras, puras
ilusiones, y que ahora, más cerca de la realidad y vuelta la mirada
hacia objetos reales, nada de relato, goza de una visión verdadera?
Supongamos, también, que al señalarle cada uno de los objetos que
pasan se le obligara, a fuerza de preguntas, a responder qué eran;
¿no piensas que quedaría perplejo y que aquello que antes veía
habría de parecerle más verdadero que lo que ahora se le muestra?
—Mucho más
verdadero —respondió.
—Y si se le
obligara a mirar la luz misma, ¿no herirá esta sus ojos? ¿No habrá
de desviarlos para volverlos a las sombras, que puede contemplar sin
dolor? ¿No las juzgará más nítidas que los objetos que se le
muestran?
—Así es —dijo.
—Y en caso de que
se lo arrancara por la fuerza de la caverna —proseguí—
haciéndolo subir por el áspero y escarpado sendero, y no se lo
soltara hasta sacarlo a la luz del Sol, ¿no crees que lanzará
quejas y gritos de cólera diciendo por ejemplo “vamoavolvé”? Y
al llegar a la luz, ¿podrán sus ojos, deslumbrados distinguir uno
siquiera de los objetos que nosotros llamamos verdaderos?
—Al principio, al
menos, no podrá distinguirlos —contestó.
—Si no me engaño
—proseguí—, necesitará acostumbrarse para ver los objetos de la
región superior. Lo que más fácilmente distinguirá serán las
sombras, luego las imágenes de los hombres y de los demás objetos
que se reflejan en las aguas y, por último, los objetos mismos;
después, elevando sus miradas hacia la luz de los astros y de la
luna, contemplará durante la noche las constelaciones y el
firmamento más fácilmente que durante el día el Sol y el
resplandor del Sol.
—Sin duda.
—Por último, creo
yo, podría fijar su vista en el Sol, y sería capaz de contemplarlo,
no solo en las aguas o en otras superficies que lo reflejaran, sino
tal cual es, y allí donde verdaderamente se encuentra.
—Necesariamente
—dijo.
—Después de lo
cual, reflexionando sobre el Sol, llegará a la conclusión de que
este produce las estaciones y los años, lo gobierna todo en el mundo
visible y que, de una manera u otra, es la causa de cuanto veía en
la caverna con sus compañeros de cautiverio.
—Es evidente
—afirmó Glaucón— que, después de sus experiencias, llegaría a esas
conclusiones.
—Si recordara
entonces su antigua morada y el saber que allí se tiene, y pensara
en sus compañeros [sic la palabra compañeros] de esclavitud, ¿no
crees que se consideraría dichoso con el cambio y se compadecería
de ellos?
—Seguramente.
—Y suponiendo que
allí hubiese honores, alabanzas y recompensas, como bolsos de
comida, establecidos entre sus moradores para premiar a quien
discerniera con mayor agudeza el relato, las sombras errantes y
recordara mejor cuáles pasaron primeras o últimas, o cuáles
marchaban juntas y que, por ello, fuese el más capaz de predecir su
aparición, ¿piensas tú que nuestro hombre seguiría deseoso de
aquellas distinciones y envidiaría a los colmados de honores y
autoridad en la caverna? ¿O preferiría, acaso, como dice Homero,
“trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio” y
sufrirlo todo en el mundo antes que volver a juzgar las cosas como se
juzgaban allí y vivir como allí se vivía? [sic sic, tal cual lo
dijo Sócrates]
—Yo, al menos
—dijo Glaucón—, creo que estaría dispuesto a sufrir cualquier situación
antes que vivir de aquella manera, antes que volver al pasado. [sic,
un calco de los que muchos piensan en la actualidad]
—Y ahora considera
lo siguiente —proseguí—: supongamos que ese hombre desciende de
nuevo a la caverna y va a sentarse en su antiguo lugar, ¿no quedarán
sus ojos como cegados por las tinieblas, al llegar bruscamente desde
la luz del Sol?
—Desde luego —respondió.
—Y si cuando su
vista se halla todavía nublada, antes de que sus ojos se adapten a
la oscuridad —lo cual no exige poco tiempo—, tuviera que competir
con los que continuaron encadenados, dando su opinión sobre aquellas
sombras, ¿no se expondrá a que se rían de él? ¿No le dirán que
por haber subido a las alturas ha perdido la vista y que ni siquiera
vale la pena intentar el ascenso? Y si alguien ensayara libertarlos y
conducirlos a la región de la luz, y ellos pudieran apoderarse de él
y matarlo, ¿es que no lo matarían? [sic, sic, sic, tal cual, más
actual imposible]
—Con toda seguridad
—dijo.
—Pues bien
—continué—, ahí tienes, amigo Glaucón [yo creo que el término
glaucoma viene de esta historia, enfermedad degenerativa que afecta
al ojo y produce ceguera, aunque en este caso la ceguera es mental],
la imagen precisa a que debemos ajustar, por comparación, lo que
hemos dicho antes: el antro subterráneo es este mundo visible; el
resplandor de la luz que lo ilumina es la luz del Sol; si en el
cautivo que asciende a la región superior y la contempla te figuras
el alma que se eleva al mundo inteligible, no te engañarás sobre mi
pensamiento, puesto que deseas conocerlo. Dios sabrá si es
verdadero; pero, en cuanto a mí, creo que las cosas son como acabo
de exponer. En los últimos límites del mundo inteligible está la
idea del bien, que se percibe con dificultad, pero que no podemos
percibir sin llegar a la conclusión de que es la causa universal de
cuanto existe de recto y de bueno; que en el mundo visible crea la
luz y el astro que la dispensa; que en el mundo inteligible, engendra
y procura la verdad y la inteligencia, y que, por lo tanto, debemos
tener fijos los ojos en ella para conducirnos sabiamente, tanto en la
vida privada como en la pública."
Bien, aquí termina
este genial relato, aunque al final sabemos lo que le pasó a
Sócrates: terminó siendo asesinado por los hombres de las cavernas.
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