Civilización o barbarie, hoy

Una gran civilización no es destruida desde afuera 

hasta no haberse destruido por dentro. William J. Durant 

 


Civilizaciones hubo muchas en la historia de la humanidad, todas desaparecieron, salvo por supuesto la actual. La sumeria, la egipcia, la babilónica, etc.; todas tienen algo en común: la desaparición se produce, primero, por la degradación de la sociedad y, segundo, completan su destrucción las llamadas invasiones bárbaras, que las asolaron. 

Los “bárbaros” en su acepción antigua eran los extranjeros, o sea las personas que no pertenecían ya sea al pueblo egipcio, babilónico, etc.; en su acepción moderna “bárbaro” también se le llama a la persona que no disfruta de su civilización. En la actualidad no le llamamos “bárbaro”, le llamamos terrorista, radical o fanático. 

Y con la desaparición de las antiguas civilizaciones la humanidad sufrió retrocesos o interrupciones en su avance, ya que el conocimiento a que éstas habían arribado se perdió casi por completo. Noten que recién en el siglo XX se pudo interpretar la escritura egipcia y hasta hoy se discute o duda sobre cómo se construyeron las pirámides, y de los babilonios poco y nada conocemos. Pero existe un documento para conocer el pasado y es un instrumento valiosísimo para los arqueólogos, y la mayoría lo tenemos en la casa, es nada más ni nada menos que la popular Biblia. 

Este libro sagrado, o conjunto de libros ya que son 73 en total, es el documento por excelencia más antiguo que posee la humanidad y en él se relatan acontecimientos que tienen que ver sobre todo con la historia y los avatares que sufrió el pueblo hebreo. Pero la Biblia, católica (universal), está dividida en Antiguo y Nuevo Testamento (antigua y nueva alianza), y la parte nueva se remonta ya a dos mil años. 

Al principio de la nota hablo de las civilizaciones que desaparecieron, pero en realidad quiero escribir sobre la que no desapareció y que es la que estamos viviendo, que principia en Roma que en un momento determinado de la historia conquista Grecia y, más que conquistar, se produce una simbiosis entre estos dos pueblos, de ahí que nuestra civilización se llame grecorromana; con un agregado, “occidental y cristiana”. Lo de occidental es relativo ya que ésta hoy día abarca el globo terráqueo, por más que algunos se empecinen o quieran forzar a vivir a sus pueblos como hace quince siglos; y lo de cristiana es un poco más complejo de explicar. 

Hace dos mil años apareció en escena el cristianismo, la Iglesia católica, y los creyentes de esta nueva religión aceptan una serie de hechos muy difíciles de creer si no es a través de lo que se llama Fe (nacimiento de un hombre de una virgen, su muerte y resurrección y la infinidad de milagros que se le atribuyen); pero la principal misión de aquel hombre-Dios, que se llamó Jesús, fue la de salvar (El Salvador) al hombre y perdonar sus pecados con su inmolación en la cruz; y a partir de este hecho cambia radicalmente el sentido del sacrificio a Dios, o a los dioses, que hasta ese momento eran de animales u ofrendas, ahora el sacrificio era personal con lo cual la vida cobra un sentido mucho más profundo (aparece el Dios de la esperanza, ver encíclica “Spe salvi” de Benedicto XVI). 

Y es sobre la palabra “salvación” que quisiera discurrir y ver cómo se concatena con la civilización; y para entender algo complicado, a veces, nada mejor que un ejemplo simple. Para aquellos que manejan una computadora, los que no pregunten, pueden ver que existe una opción en el menú que en inglés se escribe “save” (salvar), que nos permite, a medida que avanzamos en nuestro trabajo en la PC, archivar, salvar o guardar el mismo, protegiendo así la labor de posibles cortes de energía o cualquier tipo de interrupción que afecte al ordenador; si no tuviéramos la prudencia de “salvar” nuestro archivo cada tanto y decidiéramos hacerlo al final del mismo y por desgracia la PC se apagara antes de guardarlo perderíamos completamente todo lo que hicimos (algo que me pasó en varias ocasiones). 

Y más allá del sentido sagrado de la salvación y de las creencias de cada uno, esa Iglesia (asamblea, o reunión de personas con una misma creencia) que se fundó dos mil años atrás y que entró a formar parte del imperio recién en el siglo IV, bajo el gobierno de Constantino, hizo algo similar con nuestra civilización: “la salvó”. Cómo, llevando adelante la ímproba tarea de educación del soberano primero y del hombre común después. 

La Iglesia fue la gran guardiana del conocimiento, los antiguos documentos de los griegos (base de las matemáticas, física, química, geometría, etc.) se conservaron en las bibliotecas cristianas; las universidades hasta no hace mucho tiempo pertenecían exclusivamente a la Iglesia; pero más allá de los brillantes hombres que la integran e integraron (Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola, Francisco de Asís, Copérnico, Teilhard de Chardin, George E. Lemaître -padre del Big Bang-, Gregorio Mendel, León XIII, Juan Pablo II, etc.), aquel hecho de proteger (“salvar”) las obras de los antiguos filósofos (Platón, Aristóteles), químicos, físicos y matemáticos (Arquímedes, Euclides, Tales) posibilitó que generaciones muy posteriores pudieran estudiar estos textos que son la base de la química, matemática, física, etc., actual, que a su vez posibilitaron que el hombre pueda viajar al espacio, fuera de su planeta, y el gran desarrollo de las comunicaciones. 

Y este conocimiento en esta civilización, hoy día está distribuido, como dije antes, en todo el globo terráqueo y este hecho se puede dar sobre todo gracias a la transmisión de la información y que las bases de datos se han multiplicado por cientos. Y no como en las antiguas civilizaciones, que se perdieron, porque el conocimiento estaba limitado a una región o comarca. Pero para que esto sucediera fue, como vemos, fundamental la aparición de la Iglesia que, reitero, “salvó” o archivó el conocimiento universal protegiéndolo de las sucesivas invasiones bàrbaras. 

Existe una obra muy interesante que habla de la civilización europea y que la base de ésta ha sido la Iglesia, se llama “Europa y la Fe”, de Hilaire Belloc, donde en forma mucho más profunda el autor analiza y demuestra lo fundamental que ha sido la Iglesia Católica en el desarrollo de nuestra civilización. 

Para concluir, diré que “bárbaros” hubo siempre, y los va a seguir habiendo, y éstos pueden aparecer con la máscara de la “ilustración”, con la de “progresismo” o de la diosa “razón”; pero por más que intenten, inconscientemente, destruir la actual civilización, y a pesar de la decadencia que los medios nos reflejan y venden día a día, está la “esperanza”, que protege a esta civilización y parece ser más poderosa que toda la mala onda junta que emana de los nuevos bárbaros.

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