Padre perdónalos, porque no saben lo que escriben

Esta nota se refiere a un editorial que publicó el diario "La Nación" (3-4-2008), de Asunción, en el que se critica a los autores de una solicitada contra el entonces candidato, hoy presidente electo, Fernando Lugo Méndez. En aquella solicitada se cuestionaba la actitud del ex sacerdote por su intervención en la política, algo que muchos católicos compartimos.
Realmente me causó asombro el editorial, del pasado 3 de abril, con que se despachó el diario "La Nación" contra los autores de una solicitada publicada en su mismo medio el día anterior. Un reacción similar sólo le puede caber a un clásico personaje de las películas de terror al que le suelen mostrar una cruz o le echan agua bendita y entonces éste se retuerce de dolor, creo no hace falta mencionarlo.
Realmente es asombroso los dislates vertidos por el periodista en su escrito, que suponemos debe ser el pensamiento de la dirección, ya que se trata nada menos que del editorial.
Decir que la Iglesia durante quince siglos imperó a sangre y fuego, que después de 1789 fue derrotada definitivamente y no se levantó más, que las órdenes del Vaticano son letra muerta, que los católicos no deben profesar obediencia al Papa, etcétera, muestra un desconocimiento supino de la Iglesia, su historia, lo que significa en la práctica el Estado Vaticano y el papel que le toca y ha tocado llevar adelante en el desarrollo de la humanidad a esta institución dos veces milenaria.
Apoyado en estos dislates, productos de la ignorancia y la soberbia, que exhiben un pensamiento intolerante (así son los intolerantes, se creen dueños de la verdad), pretenden descalificar a miembros de una Iglesia que sólo han emitido una opinión que se ajusta a las normas y creencias de su institución.
Pero no es mi interés apoyar o no una solicitada ni defender o condenar a un candidato, del que ya me pronuncié hace más de un año en un escrito que lleva el título "Quo vadis Lugo"; sólo me anima, como católico, el tratar de contestar brevemente las barbaridades vertidas en "La Nación".
Seguramente el iluminado escritor (iluminado por luces artificiales) oyó hablar de la Inquisición, de la condena a Galileo, de las Cruzadas y algunas otras leyendas negras que rodean la historia de la Iglesia, historias que si se revisan los documentos se podrá ver que existe otra versión de los hechos acaecidos, muy lejos de la visión que a lo largo de los siglos han descrito los sempiternos enemigos de ésta; pero también es evidente que el periodista no conoce, o se olvida, de la labor humanitaria que la Iglesia ha realizado, y realiza, a lo largo de dos milenios.
Para responderle fácil sería argumentar con algunas de las figuras que han transitado la misma, como: el pobre de Asís, fundador de la orden franciscana; la hermana Clara, fundadora de las hermanas clarisas; san Ignacio, creador de la orden de los jesuitas; santa Juana de Arco (condenada a la hoguera mediante intrigas políticas); o mencionar la labor de sor Juana Inés de la Cruz, santa Teresa y Roque González de Santa Cruz; sería más fácil responderle haciéndole ver la devoción que hoy día le profesan a la Virgen en prácticamente todos los rincones del planeta, al padre Pío, a la madre Teresa de Calcuta, a Juan Pablo II; o contarle que los santos de los primeros siglos de la Iglesia han sido asesinados por su fe, como los sacerdotes y religiosas asesinados en masa en el período de terror que fue parte de la revolución francesa; en la persecución napoleónica que mantuvo preso al papa Pío VI hasta su muerte; en las persecuciones nazis y comunistas a la Iglesia; y en los cientos de misioneros asesinados en Africa; más fácil sería responderle contándole la historia de Don Bosco, creador de los colegios salesianos y por ende de la enseñanza moderna; y tantos, tantos hombres y mujeres, fundadores de órdenes, que bajo la protección de la Iglesia Católica han transitado este mundo, personas de una fe inquebrantable que dieron su vida por una causa que empezó hace dos mil años.
Fácil sería responder con todos estos personajes que reafirman día a día la existencia de un Dios que, como nos explica Benedicto XVI en su última encíclica, a diferencia de los antiguos dioses, éste es el Dios de la esperanza.
Pero hay una creencia popular, contraria a la Iglesia por supuesto, que dice que ésta es atrasada o retrógrada, que está en contra de la ciencia y, como piensa el periodista, nos quiere transportar al siglo XII. Nada más falso.
Si se me permite disentir en este punto rápidamente les voy a contar que la Iglesia ha estado siempre del lado de la razón, la verdad, la ciencia, las artes y la cultura en general. El punto más difícil quizá sea la ciencia, entonces conviene empezar por éste. Algunos hombres de fe y científicos que integraron las filas católicas: Teilhard de Chardin, jesuita, paleontólogo y filósofo francés, palabra mayor en los círculos intelectuales mundiales; Gregor Mendel, monje agustiniano y naturalista (¿hace falta que hable sobre las leyes de Mendel?); vamos un poco más atrás: Nicolás de Cusa, teólogo, astrónomo y filósofo, considerado el padre de la filosofía alemana, entre sus muchas obras se encuentra "De docta ignorantia" (no hay alusión personal), además de sostener la teoría de que ni la Tierra ni el Sol son el centro del universo; Nicolás Copérnico, canónigo, doctor en astronomía, desarrolla la teoría heliocéntrica que luego confirma Galileo con sus observaciones por medio del telescopio; y Georges Edouard Lemaitre, sacerdote y físico de origen belga, padre de la teoría del Big Bang, que falleció en junio de 1966, dos años después de que se comprobara su teoría por Arno Penzias y Robert Wilson, quienes recibieron el premio Nobel en 1987.
Pasemos a escritores católicos, creo que si empiezo por san Pablo no terminaría más así que voy a saltear un poco, digamos hasta santo Tomás de Aquino, san Agustín, el ya nombrado Don Bosco, la mayoría de los papas, y contemporáneos laicos como G. K. Chesterton, Julián Marías, Martínez Zuviría; Hilaire Belloc (que en su obra "Europa y la fe" demuestra claramente que este continente no hubiera evolucionado si no fuera por la Iglesia, y por ende nosotros); los sacerdotes Leonardo Castellani, Thomas Merton, Luchia Puig, Anselm Grüm, e infinidad de nombres, todos brillantes pensadores, que son poco conocidos y seguramente llenarían páginas y páginas de un periódico sólo con sus nombres.
En la música la mayoría de los autores clásicos dedicaron sus obras a la gloria de Dios, con bellísimos corales, sinfonías, himnos, requiems, oratorios, sonatas y odas (Mozart, Bach, Vivaldi, Haendel, Beethoven, Franz Liszt); en pintura y escultura Da Vinci, Miguel Angel, El Greco, Tiziano, Rembrandt, Caravaggio, etc., sus mejores trabajos fueron los que representan desde la Creación hasta las escenas del Nuevo Testamento.
En fin, la lista es larga y en todos los campos o disciplinas se puede observar claramente, si no se tienen prejuicios, que los hombres de la Iglesia se han destacado, de lejos, sobre sus calumniadores.
Mientras los detractores, que los ha habido desde sus inicios, se iluminan con la hoguera de sus vanidades, estos hombres que mencioné más arriba se iluminaron con una luz que viene bien de lo alto, que puede iluminar a cualquiera que la quiera recibir, sólo hace falta para ser bañado en ella tener la grandeza de los humildes, que han aceptado la existencia de un Dios padre todopoderoso que si lo aceptamos nos hermana; que nos ama si amamos a nuestro prójimo; que nos perdona si perdonamos; que nos ensalza si nos humillamos y que nos da esperanza más allá de esta vida. Por todo esto y mucho más que hay para contar, creo que vale el título: "Padre perdónalos, porque no saben lo que escriben".

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