¿Uno en un millón, o uno en siete mil millones?


Amigo, en la realidad caben muchas más cosas que en tu cabeza.
Shakespeare

Entre las últimas malas noticias que la prensa nos tiene acostumbrado a difundir a diario, casos graves como el accidente ferroviario de Once, la cantidad de muertos que produjo el tornado que se abatió sobre la Capital y el Gran Buenos Aires, las muertes por la inseguridad, junto a los escándalos de corrupción –que no faltan, sobran–; hubo una noticia que rompió los habituales moldes catastróficos, un hecho que dicen sucede uno cada un millón; y me refiero a la beba que nació prematura, de seis meses, que dieron por muerta, labraron su acta de defunción y la enviaron a la morgue en un cajón listo para después ser enterrada o cremada; y que luego de más de 12 horas de estar en una heladera a temperatura de congelación, y porque los padres quisieron verla, conocerla, antes de darle sepultura, milagrosamente revivió después de tener contacto con la madre.
Así relata la mamá el momento: “Fui con mi esposo hasta la morgue. Abrimos el cajón, que estaba clavado, y ella estaba tapada. Le miro la manito y le descubro su carita despacito. Cuando la destapo, la bebé llora. Yo retrocedo para ver si no era algo que me parecía sólo a mí. Y vuelvo sobre el cajón y me caigo para atrás. Pero mi esposo ve que la beba se estaba desperezando”.
Como la mayoría siguió el caso recuerdo sólo algunos detalles: el alumbramiento se produjo el 3 de abril en el hospital más importante de Resistencia, Chaco, y los padres son gente joven de condición humilde.
Una vez conocida la noticia, días después del hecho, empezaron los comentarios habituales, en su mayoría condenatorios –y con razón–, por el “error” de los médicos que intervinieron en el alumbramiento. Ahora bien, hay varios puntos a tener en cuenta: 1) seguramente no sería el primer parto que asistían los facultativos que actuaron (vaya a saber cuántos tienen en su haber); 2) seguramente tampoco sería uno sólo el que comprobó y determinó que la criatura no tenía signos vitales; 3) también a este “error” se suma el estar más de 12 horas en una heladera; y 4) es una beba de seis meses de menos de 800 gramos, que ya tenía escarcha en su cuerpo; la cuestión que hasta la fecha no hay una explicación científica razonable del hecho en sí.
El nombre que inmediatamente decidieron ponerle los padres fue Luz Milagros, y por ahora, a casi un mes de su nacimiento, se encuentra delicada y lucha por su vida, y por lo que sabemos ya se alimenta con la leche de la madre.
Y bien, más de uno dirá que fue realmente un milagro y otros, la mayoría, solamente un error médico y buscarán explicar los motivos del porqué siguió viva contra todo pronóstico lógico: un caso en un millón. También la Iglesia, seguramente, será prudente en su opinión y dejará la explicación a la ciencia. Pero las personas comunes, como usted, como yo, no estamos sujetas a una institución, sólo nos debemos a nuestra conciencia y sentido común, así que podemos tranquilamente opinar sin que nos juzguen los formadores de opinión, los científicos, las instituciones religiosas, sean del credo que sean; y lo único que podemos esperar de nuestra opinión es la crítica o acogida favorable por parte de algún simple lector, como usted o como yo.
En lo que a mí respecta, este hecho, extraordinario, que dicen que se da uno en un millón amerita analizarse, no tanto el suceso en sí sino la respuesta que dio y da la gente, los comentarios, que uno los puede leer hoy día gracias a la Internet o escuchar en los diversos medios.
(Apunto una digresión: me pregunto por qué uno en un millón, tal vez más, tal vez sea uno en diez, mil o siete mil millones, porque hasta la fecha jamás escuché noticia semejante y ésta rápidamente dio la vuelta al mundo, así que si fuera uno en un millón tendríamos casos similares a porrotadas, por lo menos unos siete mil, pero no es así),
Teniendo presente el dicho que nos recuerda que la Fe produce milagros, pero los milagros no producen la Fe, continúo; por un lado podemos encontrar que hay gente de Fe, creyente, que vio en este suceso realmente un milagro; y por otro están los que atribuyen el hecho sólo a un error médico o mala praxis, y la capacidad de los bebés a soportar fríos extremos. A estos últimos, que no hacen lugar a dudas, que no les parece digno dar crédito a lo incomprobable, que sólo esperan explicaciones científicas, porque para ellos no tiene cabida el Misterio, la palabra Dios no interviene en su mundo y los milagros son cuentos de hadas, es a quienes va dirigida, primordialmente, esta nota.
Es un hecho común, casi normal diría, que el hombre moderno no se pregunte, no se cuestione si es que hay algo más después de esta vida. ¿Será porque está muy ocupado? ¿Será porque está alienado? ¿Será porque está confundido o distraído? Seguramente un poco de cada cosa debe haber.
¿Y en qué me beneficia o me cambia el preguntarme sobre el Misterio, de si existe o no Dios? ¿Me va a ayudar a llegar a fin de mes, a triunfar en la vida, a conquistar la chica que me gusta, a tener un auto de lujo, a pagar la hipoteca, a conseguir trabajo? Seguramente no; ¿entonces por qué debo preguntarme esto?
Lo sé y no lo sé.
Sé que si uno cree en Dios tiene esperanza, y sé que si no cree no la tiene; sé que si uno cree en Dios puede tener un sostén espiritual, intelectual y moral en los momentos más difíciles que pueda tocarle vivir; y sé que uno ve y valora la vida de otra forma. También sé que la vida cobra otro sentido y que todas esas cosas materiales por las que me preocupaba y eran lo más importante, ahora tienen otro valor: ya no son un fin, son sólo un medio; sé que uno puede mirar a través del corazón; sé que uno encuentra la punta del ovillo, de esa enredada madeja que es la vida, y puede ir desenrollándola poco a poco; también cobra otro valor la comunidad de la cual dependo; y sé que si uno escarba más profundo, podrá llegar a des-alienarse y ser realmente esa persona única e irrepetible, y que descubrirá que también tiene un destino único. Asimismo sé que no sería razonable que cerrara mi razón, mi ínfima razón, a la posibilidad de que exista un Creador, ya que todo nos fue dado (¿o acaso somos capaces de hacer crecer nuestras uñas o nuestro pelo?); hasta nuestra capacidad de razonar, bien o mal, nos fue dada; como también nos fue dada la maravillosa naturaleza que nos rodea.
Lo que no sé, es infinito.
Por tanto, en este caso puedo dejar la puerta abierta a la posibilidad de un factor real no identificado y no tomar este hecho sólo como una estadística más o un error médico. Ya que son muchos los factores, por ahora inexplicables para la ciencia, que concurrieron para que volviera a la vida después de estar oficialmente “muerta”; pero lo que sí sabemos es que un acontecimiento misterioso y el Amor de unos padres que sienten y razonan a través del corazón confluyeron para que Luz Milagros volviera –literalmente– a vivir.

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