Historia de vida: entrevista a la Dra. Alejandra Villalba Vázquez

“Le dije a mi mamá: yo no quiero ser cocinera ni para hacer ropa, yo quiero estudiar una carrera”
Hace algunos años conocí a la Dra. Alejandra Villalba Vázquez, de casualidad. Resulta que tenía que realizarme una extracción de la muela del juicio, tenía el nervio al aire; recuerdo que recurrí a varios lugares y no conseguía quien lo hiciera de urgencia, todos me daban turno a semanas, la peor la obra social; de última, esa tarde paso por el negocio de un amigo y le comento mi problema, este me dice que él conocía a una doctora que podía consultarle, la llamamos y en un par de horas después me atendió y extrajo la muela sin ningún inconveniente, a pesar que no era un trabajo fácil; en el ínterin, como era compatriota, conversamos bastante y, además de ser una excelente profesional que luego recomendé a muchas personas, encontré que tenía una historia muy interesante que merecía ser conocida, entonces le dije que en algún momento le iba a hacer una entrevista.
Así que aquí va aquella entrevista prometida hace unos años, que considero es una historia que vale la pena conocer: la de una joven de origen familiar muy humilde, oriunda de un remoto pueblito del Paraguay, que con mucho trabajo y esfuerzo, contra viento y marea, hoy tiene tres títulos universitarios y va por un cuarto; ella es un ejemplo de que el estudio, el trabajo y la perseverancia son las únicas formas reales de progreso.

—Alejandra, sos de Pilar, ¿de qué parte?
—En realidad soy del departamento de Ñeembucú y nací en Humaitá, soy humaiteña, más específicamente en la compañía Paso Cornelio, en 1968.
¿Cómo fue tu infancia, hasta qué edad estuviste en tu pueblo…?
—Como toda infancia, linda, estábamos aislados de todo, no conocíamos otro mundo; en el campo no teníamos radio, televisión; solo mi papá tenía una radio chiquita que escuchaba él. No tenía ni muñeca, que las hacíamos de marlo, las pelotas mis hermanos las hacían de media; igual nos divertíamos. Soy la hija número nueve de diez hermanos, mi padre es Pedro Villalba y mi mamá Ceferina Vázquez, que aún viven, siempre en el campo.
¿Hiciste la escuela en ese lugar?
—Solo hasta tercer grado, no había más; era un maestro que había terminado cuarto grado y se convirtió en el maestro del pueblo. Pero yo quería seguir estudiando, y se lo plantee al maestro: ¿cuál era la alternativa que tenía para ser como él; me dijo que para eso hay que ir a otra parte, y le pregunté si existía esa posibilidad, me dijo que el año entrante viene otra maestra, porque termina mi labor, con título para empezar a enseñar acá y van a incrementar los cursos. Entonces yo esperaba con ansias esa maestra, para poder aprender e ir a otro lado a estudiar. Ella llegó a mediados de año, antes de finalizar el curso, y le hice un montón de preguntas; me explicó todos los pasos para llegar al magisterio y que también había otras carreras. Y yo le decía que quería estudiar, todos mis hermanos mayores apenas tienen tercer grado, mi padre entonces les hacía repetir inclusive el último año para que no se olviden las letras. Así fue que me indicó que su mamá necesitaba una criada, una persona que le ayude, “y ella te puede mandar al colegio”, me dijo; esa idea me encantó. Le cuento a mis padres y fue todo un escándalo, terminó que me pegaron, me castigaron frente al santo porque en esa época ir a estudiar era imposible, ni los hombres salían para estudiar, menos una mujer.
Menos a trabajar de criada.
Menos de criada, a pesar de que nosotros éramos repobres, pero ir a ser criada era lo peor. Y yo le decía que no iba a ser así, trataba de convencer a mi papá, todo lo que él decía yo hacía; hasta una vez limpié el pozo por mi hermano que no se atrevía a entrar, era de doce metros de profundidad, todo para convencerlo de que me deje ir, una tarea de casi medio año; hasta que la maestra se animó, evidentemente vio en mí el entusiasmo, y fue a pedirle a mi papá para que me dejara ir. Entonces tenía 8 años, en mayo cumplía los 9. Así, como dicen, a los 8 y pico me fui a Pilar. Esta persona vivía en el centro mismo; aunque en aquella época no había ni asfalto, mucha polvareda, una tierra blanca; y las casas me parecían de lujo, ya que la nuestra era de estaqueo y paja. Así que llegué a Pilar, trabajando con esta familia y a la tarde iba a la escuela. A pesar que la señora era bastante exigente, por otro lado tuve la suerte que vivía al lado de la casa de la directora del colegio y en la esquina en diagonal vivía la maestra de 4º grado, entonces como yo no conocía la ciudad esta señora le pidió a la vecina que me llevara, yo llegaba siempre con la directora y la maestra; por un lado era bueno, porque los otros pensaban que era familiar de ellos, y eso era un privilegio; pero por otro está la envidia, y como vengo del campo sin hablar el castellano, solo el guaraní, entonces también empezaban a hacerme bromas pesadas, ahora le dicen “bullying”, y me decían “guaranga”, “sos una guaranga”.
¿Había discriminación en aquel entonces con aquellos que solo hablaban guaraní?
Sí, muchísima.
Y en la escuela, ¿se prohibía hablar guaraní?
—No había prohibiciones verbales, pero sí la sociedad y la maestra no hablaban en guaraní y las personas un poco más de clase tampoco, la gente que hablaba guaraní era la gente del campo y la gente criada; el resto hablaba castellano, que para mí entonces hablaban perfecto castellano, pero hoy por hoy hablo con esas mismas familias y me doy cuenta que su castellano no es tan bueno. Entonces en ese momento me sentía mal, yo siempre fui de hablar mucho y así llegué hasta 6º grado: “muda”, no quería hablar para que no me siguieran haciendo bromas, entonces prácticamente no hablaba. Terminé el 6º en el colegio San Miguel de Pilar. Entrar al Primer curso era otro tema, había solo tres colegios en Pilar: el Nacional, del Estado, que igual se pagaba un arancel pero de menor valor que los otros; el colegio del padre Federico Schiavo, el Juan XXIII, para hombres prácticamente, hoy es mixto, donde seguían carreras de electricistas, electrónica, mecánica, era un colegio de los redentoristas; y el colegio italiano Santo Tomás, mixto y con bachiller humanístico. Entrar allí era casi imposible, me fui primero al Nacional, de día, y comercio de noche. No había cupos. Recuerdo que ese año a mi hermano lo mataron en Buenos Aires. Supuestamente era un asalto, pero hasta ahora no sabemos bien cómo pasó, mi hermano militaba en un grupo con ideas políticas, con sus primos, y eran contrarios a Stroessner; se formaron en el 66 o 68 y en el 80 lo mataron. Mis padres vinieron a buscarlo y al regresar ya era febrero, a punto de empezar las clases; los cupos estaban cubiertos. Entonces mi mamá fue a hablar con la señora donde yo estaba de criada, porque la idea era que siguiera el colegio; ella le dice que sí pero que no podía pagar el colegio, que me podía tener pero no pagar porque era caro. Mi madre dice que no hay problema, que ella iba a pagar todo, al año, y le dijo bueno, arréglese. Mi mamá es analfabeta, no entiende el castellano, no usaba zapatos; salimos a buscar colegio, fuimos al Nacional; a mi mamá la miraban de pies a cabeza; y nos decían y bueno a ver la libreta, mi madre le pasa y era todo 10, nos decían “sí está bien pero no tenemos más cupo, puede ir a otro colegio”, nos dicen el Italiano; fuimos a él, me acuerdo de la vicedirectora que sale y mira, estaba sentada en una gradería y veía a mi mamá hablar con esa gente, y me miraba como con pena y compasión, porque ni zapatos tenía; entonces dice: “tiene muy buenas notas pero nosotros tenemos solo hasta 40 alumnos, el de mañana está completo y el turno tarde ya tenemos 42 alumnos, dos más; por qué no van al Juan XXIII”, que entonces creo que solo había uno o dos chicas que cursaban en él; fuimos y tampoco había cupos; entonces mi mamá vuelve al Italiano, y le dicen que no, “la otra opción que tienen es uno en formación donde se enseña cocina, para bordar”; entonces salimos y le dije a mi mamá: “yo no quiero ser cocinera ni para hacer ropa, yo quiero estudiar una carrera”. Y nos quedamos ahí, le pido a mi mamá que lo intente de nuevo; entonces volvimos al Italiano, ahí yo me quedé a su lado, y le dice, “bueno, vamos a ver la libreta”, por primera vez la pidió, luego charlaron y ella le dijo, vamos a hacer una opción y vamos a anotarla, 43 alumnos; y así empecé el colegio. El primer día el acto, en el patio, luego nos indicaron donde debíamos dirigirnos, a mí me dijeron que tenía que ir al “gabinete”, yo ni idea de lo que era esto, los compañeros se dispersaron cada uno a su clase, yo me quedé en el medio, sola, sin saber adónde ir, ya que no entendía bien el castellano y no sabía qué significaba el “gabinete”; se acercó la vicedirectora y me dijo: “vos de primer grado vení conmigo”, me llevó de la mano y fuimos al “gabinete”, y cuando entramos, me presenta como su sobrina; así fue que estudié hasta el 4º curso en Santo Tomás, el 5º lo hice en Asunción, en Naciones Unidas. Y luego de la inundación de 1983 y la crisis económica, me fui a vivir con mi hermano, que estaba casado; no resultó la convivencia por mi cuñada y terminé yendo a la casa de una señora, donde mi hermano me alquiló por mes; de mañana estudiaba y de tarde trabajé limpiando una casa y lavando ropa; así fue que terminé 5º curso. Luego no quería quedarme en Asunción, estaba la posibilidad de trabajar en una oficina pero había que “estar” con el jefe, tenía que “tener algo”, si no era imposible; ninguna de esas alternativas me agradaba, así que le dije a mamá que iba a ir a Buenos Aires a trabajar, juntar plata y volver, creo que mi mamá casi murió de tristeza; me decía: “yo, que todos los años pedía al presidente de la seccional diez mil guaraníes para pagarle a ustedes todo el estudio, la cuota, y la ropa, el uniforme, y yo después me iba y cosechaba para devolverle; y ahora vos vas a ir a Buenos Aires. Si en Buenos Aires van la gente para ser puta”.
Me habías comentado, en una oportunidad, que alguien, con la excusa de hacerte entrar en la universidad quiso abusar de vos.
—Pasó así, vine a Buenos Aires en julio, y me volví casi en marzo o abril de nuevo a Pilar, y terminé allí el secundario en 1987. Luego volví a Asunción a seguir una carrera, quería seguir medicina u otra; ahí fue que la dueña de casa donde yo limpiaba mientras estudiaba el 5º curso, me contó que su hijo trabajaba en un Ministerio y que él me podía hacer ingresar en la facultad; y bueno, me fui con mis documentos a su oficina, hablé con él, este revisó mis papeles, el título; me dijo que le espere, al rato volvió y me dijo que había que ir a otro lado a firmar “y con eso vos estarías ingresando”, me dijo; bueno, y a dónde le pregunté: “yo te llevo, te acompaño”; subimos al auto y salimos; hasta que de repente llegamos frente a un portón, resulta que era un reservado; me di cuenta de sus intenciones, le dije que no quería entrar, él insistió, y discutimos en la puerta, al final me pidió que entrara por lo menos para disimular, porque ya lo habían visto y para que no le haga pasar vergüenza, que no me iba a hacer nada, etc.; le dije que no, que de ninguna manera, entonces me dijo bueno, abrió la puerta y me dijo arreglate. Como salí con la plata justa, primero había pagado el colegio de mi hermana y me quedé sin nada, no tenía para mi pasaje, así que me volví caminando, calculo desde Itá Enramada o Lambaré hasta lo de mi hermano en Montevideo y 12 proyectada.
¿Nunca más lo viste al cretino?
Nunca más lo vi, aquello fue para mí lo más cruel y triste, la decepción total. Me dije que me tenía que ir del país, porque no iba a lograr nada. Junté dinero, pedí prestado a una señora y me fui a Buenos Aires con 18 años, en diciembre; trabajé en casas de familia, pero mi objetivo, aparte de seguir una carrera, era ayudar a mis padres, especialmente a terminar su casita, ponerle comodidades. Ellos seguían viviendo en el campo, como hasta ahora.
Aquí trabajaste como empleada doméstica, ¿en una sola casa o en varias?
Primero, cuando regresé en la terminal de Once, salí y caminé por la avenida Rivadavia y busqué para mi trabajo. Me acuerdo que entré en una oficina y pregunté si necesitaban empleada para una casa y un señor dijo yo tengo una vecina que necesita niñera pero yo a las cinco recién salgo, eran las tres de la tarde y le dije que lo esperaba. Me llevó, fui a la casa de este señor, tenía su esposa, esa noche dormí allí y al día siguiente me llevó a la casa de la señora donde trabajé tres meses como niñera. Muy buena persona, el único problema es que no tenía habitación para mí y dormía en el living, y resulta que el televisor estaba ahí y él miraba películas hasta la una de la mañana, y yo en la cocina sentada esperando que él termine; y al día siguiente me levantaba a las 6 para preparar los chicos y llevarlos al jardín. Así estuve tres meses, después busqué en el diario, encontré uno de cocinera; en la casa tenían un libro de doña Petrona (la famosa cocinera argentina), agarré el libro y me fui a la entrevista.
¿No sabías cocinar?
No. En Paraguay nunca cociné, aunque en el campo sabía hacer comidas típicas, pero no conocía la cocina de acá. Recuerdo que era en Barrio Norte, era una familia dueña de un laboratorio muy importante. Me preguntaron si sabía cocinar, les dije que sí, entonces vamos a ver, ¿sabés hacer zapallitos rellenos? Estaba en el libro de doña Petrona, así empecé. Tenían una mucama que hacía treinta y cinco años que estaba con ellos, y yo cocinaba solo al mediodía porque de noche siempre salían, de vez en cuando tenían la visita de sus hijos que venían a cenar. El único problema que tuve surgió por lo siguiente, como los fines de semana no salía, no tenía dónde ir, si salía me iba a la obra donde trabajaban mis hermanos, no iba a fiestas como ellos que les gustaba el baile; yo los domingos me levantaba temprano, también el señor, que preparaba su mate, y un día le dije si quería que se lo preparara, me dijo “sí, puede ser, pero hoy es domingo”, le contesté que no tenía problemas. Se lo preparé, le encantó, y me dijo que a partir de ese momento yo le iba a preparar el mate; y así empezó mi calvario con la mucama, porque hasta ese momento era ella quien se lo preparaba, y empezó a hacerme la vida imposible; me ponía sal en la comida, etc. Entonces un mediodía salí a buscar otro trabajo, un portero de la zona me dijo que el matrimonio del piso sexto necesitaba empleada, “son italianos, y difíciles, les duran poco las empleadas, pero pagan bien”. A la noche volvió la señora, el portero me la presenta y el lunes empezaba el nuevo empleo. El domingo avisé donde trabajaba que me iba, la señora se molestó bastante, me dijo de todo un poco, que por eso no quería empleadas paraguayas porque nunca se quedan, etc. Y me fui.
No, nunca le conté el motivo, solo me fui. En esta nueva casa tenían una persona que les venía a limpiar tres veces por semana, como me quedó el miedo a las compañeras, le digo a la señora que yo podía reemplazar a la de la limpieza, me dijo que la casa era grande, no importa, le dije, usted me paga la mitad de lo que ella gana y yo le hago todo. Y fue así que la despidió y me quedé sola. Más adelante comencé a estudiar los sábados en el IAC (Instituto Argentino de Computación), que estaba cerca; después italiano e inglés, hasta que, y ya estando con ellos cinco años, logré que me dieran permiso para estudiar en la universidad, así fue que empecé mi primer carrera.
¿Cuál fue la primera carrera que hiciste?
La primera fue medicina en la Universidad del Salvador, porque cuando estaba en el 4º año del colegio Santo Tomás, mi tía, la hermana de mi mamá murió sin que se le atendiera; vivía en el campo cerca de la casa de mamá, no había ambulancia ni nada, la llevaron en un camión que tenía que llevar a unos músicos a Humaitá, había una fiesta, la llevaron al hospital y a las seis de la mañana murió sin que ningún médico la atendiera. Entonces siempre me quedaron esas ganas de estudiar medicina para ir a ayudar a la gente humilde. Me inscribí en la Universidad del Salvador porque en esa época entrar en la UBA era muy complicado para los estudiantes extranjeros, para eso yo necesitaba una carta vía diplomática de Paraguay, y en la privada no había ese requisito. Ingresé, pero eran muchas materias y yo como empleada doméstica no me daba el tiempo. Cuando era joven, en Pilar, formaba parte del grupo de jóvenes de la Iglesia, y el padre Ramírez, de la parroquia San José, era muy amigo; le pedí consejo, como no podía hacer esa carrera ¿qué podía hacer?, él era para mí una figura paterna, y me explicó que no era solamente estudiar medicina, podés ayudar a la gente a través de otras carreras. Le dije, bueno voy a estudiar ciencias económicas, entonces me inscribí en la UADE (Universidad Argentina de la Empresa), en dicha carrera; hasta segundo año estudié economía y me había hecho un grupo de amigos, que hasta hoy lo somos, pero ellos iban a seguir comercio internacional, porque hasta segundo año las materias son todas comunes, luego se sigue una especialidad; entonces como nos teníamos que separar decidí cambiar, tuve que pagar la diferencia, así me pasé a comercio internacional y terminé la carrera.

¿Cuántos años es esa carrera?
Son cuatro años, pero yo hice en seis; Licenciatura en Comercio Internacional.
Una vez que te recibiste, ¿qué pasó?
Estaba en el último año y comencé a trabajar en una empresa, primero como recepcionista, ahí fue donde empecé a crecer. Era una empresa de medicina prepaga dirigida a la colectividad paraguaya, OSPA (Organización y Servicio Paraguayo Argentino). Se había fundado en 1996-97, previo a entrar en esa empresa pasé por otra de transporte, de importación y exportación, trabajé también con un abogado, pero poco tiempo; hasta que empecé en OSPA. Al final terminé manejando la parte comercial, el marketing, hasta que la empresa llegó a tener un padrón muy importante de afiliados, llegamos a tener cinco mil afiliados paraguayos; y los dueños decidieron venderla a otro grupo de medicina prepaga. Allí renuncié, dos años después armé mi propia empresa de medicina prepaga para la colectividad que se llamaba CIMEPAR (Centro Integral Médico Paraguayo Argentino).
Tu segunda carrera, ¿cómo fue?
Empecé mi empresa de medicina contratando sanatorios, médicos; y en 2002-03, que vino la pesificación, vi que tenía que orientar la actividad de otra manera, porque la gente que se había afiliado empezó a darse de baja, la pesificación, con la devaluación, hizo que ellos cada día tuvieran que enviar más dinero a Paraguay, a sus familias; siempre tenían algo que pagar allá, con el cambio 1 peso 1 dólar, ellos enviaban 500 pesos y resolvían su problema económico, pero cuando vino la pesificacíón tenían que enviar dos o tres mil pesos para completar los 500 de antes, entonces empezaron a ver cómo reducían sus costos y, como todos, primero sacaron el servicio de medicina prepaga. Entonces tuve una baja muy importante que hizo tambalear mi economía y empecé a hacer una reorientación, abrí un centro donde tenía consultorios particulares, con médicos clínicos, ginecólogos y odontología. Empecé con eso a contratar médicos de esas y otras especialidades. El afiliado que antes era socio y pagaba una cuota, ahora no, me consultaban y yo les decía que podían ir igual a tal o cual médico pero pagando la consulta. Con odontología tenía problemas, con una paciente en particular tuve el siguiente tema; ella se quejaba que el arreglo que le hicieron hacía tres meses le comenzaba a doler, era porque la doctora le había hecho mal el trabajo, entonces yo llamaba a la doctora y ella me decía no, que el problema era el paciente, siempre eran los pacientes para ella; resulta que la paciente me trae las prótesis, superior e inferior, me dice “vos me tenés que resolver esto porque yo te pagué a vos, esta prótesis no puedo tener en la boca”. Le digo, “cómo que no podés tener en la boca”. “Mirá”, me dice, abre la boca y me muestra, era una prótesis enorme que casi no podía cerrar los labios, y le dije te entiendo, y podés comer, “no se puede comer Ale”. Bueno, te voy a resolver. Voy con la prótesis a la doctora y le digo: “esta paciente no puede comer con esta prótesis, no le va, es muy grande para su boca”. Me dice: “no, esa es la medida de la paciente”. Le digo, “no, porque además estéticamente le queda horrible y además no puede comer”. Me dice: “¿quién es la odontóloga, vos o yo?”. Y le contesto, “vos”. Me responde: “entonces si yo te digo que esa prótesis le va bien a la paciente, es la paciente la que tiene problemas psicológicos que no puede tener una prótesis en la boca”. Y bueno, qué podía hacer, era imposible, se mantenía en esa postura. Luego le digo a la paciente que íbamos a buscar otra odontóloga y solucionar su problema. Pero me dio tanta bronca cuando me dijo “yo soy la odontóloga no vos”, y encima viendo a la paciente que no le cabía en la boca las dos prótesis. Esto como que me dolió mucho, hirió mi ego, al decirme “quién sos vos”, y yo no podía retrucarla porque ella era la profesional; entonces ahí pensé en ir a estudiar odontología. Fui a la Universidad Kennedy y seguí la carrera, siempre presté atención, mi experiencia con los pacientes me sirvió, la carrera duró 7-8 años, porque trabajaba y estudiaba.
¿Volviste a verla a la doctora después que te recibiste?
No, porque terminó nuestra relación con aquel problema, ahí nomás le hice su liquidación. Me preguntaba por qué tan mala profesional era. Yo me fui a la misma universidad que ella estudió. Y en realidad los profesores son excelentes, porque son los mismos profesores de la UBA y de Universidad de La Plata. Ahí me doy cuenta que no importa quiénes sean los profesores sino que cada uno hace su profesión y depende de cada uno de nosotros la calidad profesional.
Hasta ahora son dos las carreras, pero hay una tercera.
—Después de comercio internacional hice gobiernos e instituciones internacionales, que es una diferencia de diez materias más; sí, son tres títulos.
Y vas por el cuarto título universitario.
La idea es esa. En esta me faltan aún unas veinte materias, es la carrera de medicina que estoy cursando en la UAI (Universidad Abierta Interamericana). Son muchas las que me faltan pero no tengo apuro, ya que tengo ahora que ocuparme de un hijo que vino a mi vida, es un hijo del corazón.
Tu hijo del corazón; ¿cómo es esa historia?

Con el autor de la entrevista

Fue como un regalo de Dios. Tuve una paciente compatriota de la Villa 31, ella tuvo un hijo, se embarazó y nunca apareció el padre, después volvió a conocer a otra persona y formó pareja, cuando estaba embarazada de su segundo hijo se le diagnosticó cáncer y ella prefirió que nazca su hijo y no hizo el tratamiento de quimioterapia, el cáncer era terminal, lo mismo había padecido su madre, la abuela de mi hijo. Como sabía que iba a morir, me dijo: “yo sé que si te dejo mi hijo a vos vas a ser la mejor mamá”; pero yo le decía que no tenía pareja, “no importa”, me dice. En este ínterin apareció también un chico, bastante menor que yo, que me andaba detrás y quería estudiar; y le digo, “te propongo lo siguiente, vamos a hacer una cosa, si vos querés estudiar te puedo ayudar, pero vos me tenés que ayudar también”; le cuento la historia, que la chica que me quería dar su hijo, que no podía adoptar porque no tenía pareja y que el chico no tiene padre, “ella me va a dar todos los papeles, vos le vas a reconocer y yo te ayudo a estudiar la carrera”; era la única manera que podía tenerlo rápidamente. Así que hicimos ese trato y él lo reconoció. Con eso pude cumplimentar con las leyes, esto se llama adopción integrativa.
Cómo se llama tu hijo y cuántos años tiene.
Mi hijo ya tiene ocho años y vino conmigo con casi tres, se llama Víctor Manuel, el otro hermanito quedó con su pareja, que es el papá, y se llama Gonzalo, ya tiene 5 años.
Nació el bebé y la mamá murió.
Sí, un mes después, nació el 17 de octubre y la madre falleció el 13 de noviembre.
Un gran gesto, una gran acción, de parte tuya.
Y también de la madre, no tanto fue mi accionar, sino el de ella al haber confiado en que sea la mamá de su hijo.
Sos creyente, tenés alguna idea religiosa.
Me fui, como te comenté, a un colegio religioso, mis padres son muy religiosos, toda mi familia; yo creo en Dios pero no en otras cosas, lo dejamos ahí.
Empezaste tu consultorio en Capital, pero ahora tenés otro en la provincia de Buenos Aires.
Atiendo de lunes a lunes, y ahora que abrí en provincia también los domingos. En provincia empecé en diciembre de 2016, en San Justo.
¿Cómo está tu familia, tus hermanos, padres…?
Mis padres bien, mi mamá vino hace poco para colocarse un marcapasos, ella tiene 85 años, mi papá 89, se operó de la vista. Están muy bien, ahora están en el campo, haciendo la vida que a ellos les gusta, les encanta, y mis hermanos, todos mayores que yo, trabajan en obra, mi hermana la mayor vive en EE.UU., trabaja de empleada doméstica, y después todos los sobrinos, como todo trabajador progresando, casi todos profesionales.
Eran diez hermanos, luego quedaron nueve.
Ocho, a uno lo mataron acá y a otro en la época de Stroessner en Paraguay, allá por 1976, mucho no te puedo contar porque era chica. En aquella época se tapaba todo, me acuerdo vagamente que el Ejército vino a buscarlo a mi hermano y él se fue de casa al monte y lo siguieron; me acuerdo cuando lo hirieron y estaba en brazos de mi mamá; después lo llevaron a Asunción y dos o tres meses después, una madrugada, escuchamos ladrar a los perros y mis padres se levantaron y de uno de esos camiones que llevan tropa lo tiraron al piso, vivo, pero prácticamente muerto; y mi mamá tenía un primo médico, logró que lo llevaran al hospital y luego de unos días murió; lo habían torturado por todos lados. También recuerdo cuando estaba en brazos de mamá el comisario dijo: “Ustedes los pobres así van a morir, todos como perros”. Una vida muy dura.
—¿Volvés cada tanto a Pilar?


Y una vez al año voy, pero esta vez no sé, perdí un poco el entusiasmo.

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