Ante la nueva pretensión porteña de cobrar peaje en la hidrovía


Que se cobre peaje en puentes y rutas es lógico, pero pretender cobrarlo por utilizar un río cuyas aguas son aportadas por los países vecinos, es realmente de mal vecino. Veamos.

La soberanía de los ríos internacionales es un tema de vieja discusión, conflictos que se remontan a la época de la colonia, y me atrevería también a decir que a poco de fundado el puerto de Buenos Aires.

Sobre la soberanía de los ríos, y más específicamente del Paraná, río internacional que recorre tres países, siempre Buenos Aires se creyó dueño del mismo, en lo que atañe al segmento que atraviesa su parte inferior y desembocadura; y esto fue motivo de graves conflictos, el mayor sucedió en 1845, donde nuestro país, y debido a un extenso y salvaje bloqueo no tuvo más remedio que declararle la guerra a la Confederación Argentina, que en aquel entonces era gobernada por Juan Manuel de Rosas, como último recurso y debido a que el Paraguay había sido, literalmente, ahogado en su comercio exterior. La recordada batalla de La Vuelta de Obligado para los argentinos es un símbolo de soberanía, mientras que para nosotros, en aquel entonces, el paso de los barcos europeos fue un triunfo del libre comercio, siendo la victoria festejada por todo el pueblo paraguayo y correntino.

Desde la fundación de Asunción, hasta la segunda mitad del siglo XX, la hidrovía Paraguay-Paraná fue la única salida y entrada posible para su comercio exterior, y no solo para nuestro país, también lo era para los pueblos ribereños y los ubicados en las provincias interiores de la Argentina.

Ya don Carlos Antonio López, había publicado infinidad de escritos sobre la necesidad de acuerdos para la libre navegación, algo que la Confederación sistemáticamente se negaba; y hay uno en particular, publicado en “El Paraguayo Independiente” Nº 32 del 13-12-1845, donde éste hace un recorrido imaginario por los ríos Paraná, Paraguay y otros, a la vez que da cátedra de las posibilidades de desarrollar vastísimas zonas gracias a estas vías de comunicación. Expresaba don Carlos en un párrafo: “Hagamos un viage desde Buenos Aires hasta los centros del Brasil y notemos, no todas las circunstancias, pues que sería muy extenso, pero al menos las más notables de tan interesante navegación. (…) Luego de entrarse por la boca del Paraná Guazú tributa sus aguas el Gualeguay, que nace en el centro de la provincia de Entre Ríos. Podemos contar 26 leguas de navegación hasta esta confluencia en cuya distancia están situadas las provincias de Conchas, Cruz Colorada, Zárate, Baradero y San Pedro. Los ríos Tercero y el Salado, se derraman en el Paraná 46 leguas arriba del Gualeguay y en la confluencia occidental penetran la ciudad de San Nicolás y la villa de San Pedro, por entre los cuales corre el río Del Medio, que divide Bs. As. de Santa Fe.”, etc. etc.

Y así sigue el recorrido hasta conectar Curitiba, Iguazú, Guairá, cientos de ciudades que con sus ríos tributan a su vez al Paraná. Comenta también las rutas que habían abierto los jesuitas en la costa oriental del Paraná, que llegaban más arriba de los Saltos de las Siete Caídas, donde están los voluminosos ríos Amambay, Aguapeí, Igatimí, y otros. También recorre el río Paraguay hasta Coimbra y más allá; el río Bermejo y su conexión con las ciudades bolivianas.

En fin, es un extenso escrito que hablaba de la posibilidad de un progreso ilimitado con inmensas posibilidades para toda la región, solo faltaban los acuerdos que nunca llegaron, o que si en su momento se hicieron lamentablemente, y como se dice vulgarmente, luego fueron borrados con el codo.

También Florencio Varela, en varios de sus escritos hablaba de la necesidad de la libre navegación y pone un ejemplo que es claro: en Europa existe un río que se llama Escalda, que atraviesa naciones diversas y nadie se arroga el derecho de exclusividad; estos Estados con inteligentes acuerdos lo navegan libremente llevando y trayendo sus productos, lo que ha redundado en el crecimiento y florecimiento de infinidad de pueblos interiores (F. Varela, “Navegación de los ríos interiores”, 2-1-1846). Pero este ejemplo los porteños tienen en el olvido, siempre prefieren comparar el Paraná con el Támesis o con el Sena que no tienen nada que ver con la realidad de la vía sudamericana. Lamentablemente, estos siempre han mantenido una geoestrategia de doble discurso o zigzagueante; muchas veces contraria a sus propios intereses y al desarrollo de la región. Recuerdo cómo se oponían en su momento a la construcción de Itaipú, mientras por otro lado desviaban silenciosamente las aguas del Pilcomayo a su territorio, o se apoderaban en plena Guerra del Chaco de un territorio donde quedó sepultado el primer soldado paraguayo caído a manos bolivianas, el teniente Adolfo Rojas Silva, el 25 de febrero de 1927 en el Fortín Sorpresa, cuya tumba marcaba sin ninguna duda que era tierra guaraní; restos que luego fueron “repatriados” por la camarilla liberal en diciembre de 1935 (al coronel Alfredo Ramos se lo entregó el teniente coronel argentino Tesón), porque se dieron cuenta que estos restos “molestaban geoestratégicamente" a los vecinos; ni hablar de la historia de Formosa y las pretensiones perdidas con el Laudo Hayes.

Bien, el río Paraná se nutre de infinidad de ríos y afluentes paraguayos, brasileños y hasta ríos de deshielo que a través del Bermejo y Pilcomayo se unen en el Acuífero Yrendá con otros caudalosos ríos, como el Parapití y el Yrendá, aportando Bolivia lo suyo; supongamos por un instante que estos países posean una mágica canilla que cierra el caudal que cada uno aporta, que hacen que el Paraná sea lo que es, ¿qué quedaría del mismo?, solo un manso arroyo que se podría atravesar a pie y hasta el Delta desaparecería, ni hablar de la Aduana; o tal vez las aguas del mar sean las que avancen con el desastre consiguiente; por qué, porque el segmento argentino del Gran Paraná no aporta prácticamente nada a su inmenso caudal. Entonces, ¿dónde quedarían las pretensiones de peaje si esto sucediera? Pero en tren de seguir imaginando, si al final se impone este descabellado impuesto, ¿por qué los Estados que aportan su gran caudal no podrían ocurrírseles también algo más descabellado, como cobrarles a los porteños un porcentaje por el agua que aporta cada uno?, ya que como vemos el Paraná ni siquiera podría ser catalogado como río sin dichos aportes. Esta ocurrencia es tan loca como el peaje, ¿o no?

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