Cómo se ubicaron y exhumaron, en Cerro Corá, los restos del mariscal Francisco Solano López


Sobre si los restos que se encuentran en la urna del Panteón de los Héroes pertenecen o no al mariscal Francisco Solano López hace rato se discute y duda de que sean los suyos, esto cada tanto es motivo de algún comentario en las crónicas periodísticas, muchas veces con tono de burla. También se suele hacer alusión que el mariscal era el único habitante de la manzana, por lo visto desconocen que también estaban los restos del Coronel Panchito López, entremezclados con los de su padre y los de un soldado desconocido caído en las trincheras de Boquerón; y no sólo ellos, porque el decreto 4.834 del 14-9-1936 disponía que fueran depositados también los restos de tres jefes militares que tuvieran actuación descollante en la guerra 1865-70; aunque esto no sé si se cumplió, aparte de que las banderas nacionales del Ejército paraguayo de las dos campañas debían ser depositadas y conservadas en el mausoleo. Y aquel decreto que expropia la manzana donde está el Panteón, que es del 21-12-1936, dice en su punto 1ro. “Ratifícase el artículo 1ro. de la ley 1.070, de fecha 24-8-1929 que declara de utilidad pública la manzana de tierras comprendidas entre las calles Chile, 25 de Noviembre, Palma y Estrella para ser destinada a ensanche y embellecimiento del Panteón Nacional”. El punto 2do.: “Procédase en consecuencia a la expropiación de las tierras que le faltan al Panteón (…) las que serán indemnizadas por el Estado”, etc. Así que aquel gobierno lo único que hizo fue hacer cumplir una vieja ley.
Por otro lado, me pregunto, en qué cambiaría la postura de las personas que descreen, si comprobaran realmente que los restos son auténticos; y me respondo: en nada; porque el fanatismo o los prejuicios impiden, sin dudas, apreciar aquella epopeya de todo un pueblo, que acompañó al héroe epónimo y tiene su punto culminante el 1ro. de marzo en Cerro Corá; que a partir de ahí en nuestro país se empieza a contar, o a vivir, otra historia.
Si bien el Paraguay perdió aquella guerra, Solano López fue vilipendiado y muchos de los sobrevivientes que lo acompañaron perseguidos y encarcelados, ese sacrificio no fue en vano, sirvió de ejemplo para, después de 60 años, recuperar un territorio que los descendientes de aquellos legionarios, los que acompañaron a los aliados, estaban mansamente entregando; hubiera sido muy distinta la historia con un López rendido o muerto en un exilio dorado, como le ofrecieron en varias oportunidades los aliados.
Pero me salí un poco del tema, lo que quiero en realidad contar es cómo se ubicaron y exhumaron los restos de López y los de su hijo. Y este relato figura en un libro que el gobierno del coronel Rafael Franco publicó en 1937, un balance con todo lo actuado y los decretos firmados hasta ese momento; impreso en agosto de ese año salió a luz poco antes de la caída, y el nuevo gobierno al encontrarse con los ejemplares en la imprenta no tuvo mejor idea que destruirlos, pero algunos libros se pudieron salvar y circulan en poder de coleccionistas. Uno de ellos llegó a mis manos hace unos años y lo reedité, una tirada limitada, que lleva por título “Decretos y obras del gobierno febrerista”, y en él encontramos el siguiente relato, realizado por el Dr. Juan Stefanich, en ese entonces ministro de Relaciones Exteriores: “Es un hecho indudable que los restos del Mariscal Solano López y los de su hijo Pancho, Coronel de la Nación, muerto también en Cerro Corá, fueron sepultados en dos fosas, próximas una de otra, a orillas del río Aquidabán cerca del sitio donde cayeron. Los testimonios recogidos por la Comisión encargada de la exhumación y traslado de los restos se fundan en el conocimiento que de ellos ha ofrecido el anciano veterano don Bonifacio Obando, quien hace la siguiente relación de los antecedentes, ratificada últimamente ante el primer mandatario y sus acompañantes: ‘Al terminar la guerra –dice Obando– tenía más o menos 18 años de edad. Eran mis conocidos y amigos en Asunción el Teniente Benigno Frutos, encargado de la caballada del Mariscal y de su Estado Mayor y Victoriano López, sirviente de Madama Lynch. Ambos me informaron en los primeros tiempos después de la guerra que sobre el paso del Aquidabán, en la margen izquierda, a una distancia de cien metros aproximadamente, por orden de Madama Lynch, quien pidió permiso a dicho efecto a los jefes brasileños, sepultaron los restos del Mariscal y los de su hijo, en dos fosas paralelas al río. Y que construyeron dos cruces de madera, las que fueron colocadas sobre las dos sepulturas. Los dos actores nombrados aludían con frecuencia a tales antecedentes –dice Obando– relatando hechos y circunstancias minuciosos de los sucesos históricos de Cerro Corá, en conversaciones frecuentes y habituales conmigo’. Diez años después de la guerra, es decir, en el año 1880, en ocasión de viajar hacia los yerbales, Obando se encontró accidentalmente de paso por Cerro Corá, en compañía de un amigo ya fallecido, de nombre Gabriel Marín. Descansando ambos en el paso del Aquidabán, encontraron las dos cruces expresadas, una de ellas sin brazos y la otra casi destruida ya por los viajeros que la desmenuzaban para llevarlas como reliquias. Particularmente interesado por el conocimiento que tenía de los antecedentes, Obando se dedicó a localizar con algunas señales el lugar exacto de las dos tumbas. ‘Tomando como punto de referencia unos arrecifes –dice el relator– es decir, algunas piedras en el curso del río Aquidabán, dirigí la visual hacia las cruces y me fijé en un árbol situado a unos cuarenta metros más allá de las sepulturas. Con un machete me aproximé a pelar el árbol, sacándole una gran parte de la corteza. En el año 1897 –prosigue Obando– estuve por segunda vez en el mismo sitio, siendo mi compañero entonces, Genaro Jiménez, no encontrando ya las cruces, aunque sí el árbol marcado a machete’.
“En fecha 28 de agosto último se trasladó a Cerro Corá la Comisión Especial destacada desde Concepción, compuesta de don Romualdo Irigoyen, del Coronel y jefe de la División de Concepción, don Higinio Morínigo y de don Marcial Roig Bernal. Acompañaban a la Comisión los veteranos, conocedores del lugar, Bonifacio Obando y Genaro Jiménez y numerosos vecinos y miembros de la familia de los viajeros. A las 9 de la mañana, del día 30 de agosto, la Comisión acampó en Cerro Corá, sobre la ribera del Aquidabán. Desde allí y sobre la base de los informes suministrados por los nombrados veteranos, se practicaron las primeras exploraciones en busca de las dos tumbas. El aspecto del lugar había cambiado. Lo que en 1880 había sido un campo, estaba cubierto ahora de una selva espesa. Los trabajos de exploración fueron, por consiguiente, dificultosos. A raíz de las observaciones de ese día se resolvió trasladar el campamento en la proximidad del lugar denominado ‘Paso Tuyá’, sobre el río Aquidabán Nigüí. El día 2 de setiembre fueron hallados los arrecifes en el curso del río citado. Se abrió, desde allí una picada en la dirección indicada por el veterano Obando, yendo ella a terminar sobre un árbol de Curupay, revisado el cual se halló a bastante altura señales de haber sufrido descascaraduras antiguas. Se examinó detenidamente el sitio, hallándose a unos ochenta metros de la ribera del río dos hundimientos rectangulares del terreno a una distancia de un metro el uno del otro, con la apariencia de sepulturas antiguas.
“En tal situación se procedió a invitar a las autoridades y vecinos de la población de Pedro Juan Caballero, quienes llegaron al sitio en corporación, tomando parte en la tarea de contribuir a la exhumación de los restos. Procedióse a cavar las tumbas señaladas. Se extrajeron algunos restos de madera, piedras mezcladas con tierra negra y colorada. Y a la profundidad de un metro se encontraron algunos pocos y menudos fragmentos de huesos humanos, que fueron cuidadosamente recogidos. Era todo lo que restaba en las dos tumbas. No había más. En medio de una emoción silenciosa se llenó una pequeña urna de madera con un poco de tierra extraída de las dos tumbas y en un pañuelo blanco se reunieron los pequeños fragmentos óseos, que fueron depositados en la caja. Presa de un hondo fervor, la multitud agrupada en el solitario lugar elevó sus oraciones en sufragio de los muertos por la patria.
“Las sagradas reliquias del más grande defensor de la patria paraguaya abandonaron su soledad de más de medio siglo para venir a descansar en el corazón de su pueblo. Una cruz de hierro será levantada en aquel lugar, santificado por el sacrificio, señalando el sitio de las dos tumbas al recuerdo de la posteridad.”
Hasta aquí el relato que hicieron, por un lado, el protagonista Bonifacio Obando, y el Dr. Juan Stefanich, fechado el 22-9-1936.
Y una reflexión final: creo que más allá de discutir si son o no auténticos los restos del mariscal Francisco Solano López, lo que sí sabemos con certeza es que nuestra patria ha sido regada con la sangre de miles de compatriotas, de mujeres, de niños, de soldados desconocidos, de sacerdotes y de los oficiales que los comandaron, y que sus huesos se encuentran disueltos y compenetrados con la tierra. Por eso, más allá de toda duda, está el valor simbólico y patriótico que representa esta reliquia resguardada en el templo que alguna vez quiso ser, simplemente, un oratorio dedicado a Nuestra Señora de la Asunción.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que hermosas palabras. Y que grandes verdades acerca de quienes dieron su vida en defensa de nuestra patria. Por esfuerzo de ellos, podemos decir con la frente altiva que somos paraguayos.

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